sábado, 31 de diciembre de 2011

memento mori: la muerte en el arte

Cuenta la historia que en la Roma Imperial, cuando un general desfilaba victorioso por las calles a de Roma tras regresar de alguna guerra o nueva conquista, iba seguido por un lacayo que le recordaba las limitaciones de la naturaleza humana y la fugacidad de la vida, para evitar que cayera en la soberbia y así mantener siempre la perspectiva y los pies en la tierra. La fórmula utilizada era Memento Mori (Recuerda que vas a morir). Po extensión, la expresión también se utiliza para denominar a las representaciones de difuntos a lo largo de la historia del arte y la iconografía, de lo que versa este artículo escrito y amablemente cedido a Chernobil por el ínclito sr. Cruz. 

 'es alta y morena, siempre está en mi mente, 
su nombre me volvió loco, su nombre es la muerte…'
(R.I.P  1984)


Sin duda los orígenes del arte se encuentran estrechamente relacionados con la muerte y sus distintas manifestaciones. Una dimensión material y otra semiológica impregnan el extenso y complejo imaginario iconográfico que en torno a la más oscura de las damas generó la historia. De ésta solo se conoce el sentimiento y la visión que deja en los vivos. Espejo ineludible que puede horrorizarnos o hacernos reflexionar respecto a una fugacidad de lo terrenal, manifestada en la presencia-ausencia implícita a la figuración del cadáver. 

Similares a las siete Hator egipcias, que determinaban el destino de cada recién nacido, las moiras griegas eran tres temibles deidades, hijas de Zeus y la titánide Temis, a las que Hesiodo hacía hijas de la noche. La tres hermanas, Clóto, Láquesis y Átropo, asignaban suerte y destino a los mortales, siendo luego  identificadas con las parcas latinas NonaDécima Morta, que el aragonés Francisco de Goya recogió en una de sus célebres 14 “pinturas negras”, realizadas en el ocaso de su carrera y de su propia vida. Revestidas de tintes siniestros pasaron a la mentalidad popular bajo la forma de tres hilanderas, representadas en el foro romano como la Tria Fata, “tres hadas”, tema no infrecuente en el arte clásico. La última de ellas resulta la más temible, un límite infranqueable que corta el hilo vital sin distinción, reflejo de su poder igualatorio. Su equivalente nórdico era una de las tres nornas denominada skuld, cuyos rasgos macabros aparecen en las primeras “danzas de la muerte”, pictóricamente reflejadas por algunos exponentes del humanismo nórdico. 

'Respice post te! Hominem te esse memento!' 
('¡Mira tras de ti! ¡Recuerda que eres un hombre!') 

(Tertuliano, 150-225)

Caronte cruzando la laguna Estigia


La mitología griega recoge de la egipcia la figura de Caronte, siniestro barquero encargado de transportar las almas al Más Allá, atravesando la laguna Estigia en una estrecha barcaza fúnebre. Era un viejo avaro que solo admitía a las sombras de muertos que habían recibido sepultura y pagaban el referido traslado, que parientes o allegados colocaban sobre los ojos del cadáver. La suma, no podía descender de un óbolo ni pasar de tres. Hades, el Plutón romano, era señor de los infiernos, generalmente representado en la estatuaria grecolatina triste y disforme, en una dimensión infraterrena que los griegos dividían en cuatro zonas. La más próxima, el Erebo, era la morada de Cancerbero, las harpías y la muerte. Al salir de la vida, ésta presidía un juicio que confinaba por un tiempo en el Tártaro aquellas almas cuyas culpas tuviesen posibilidad de ser expiadas.  

En conexión al Apocalipsis, la muerte fue representada cabalgando o matando por los maestros italianos del Treccento. En 1348 Pietro Lorenzetti plasma el primer “triunfo sobre la muerte”, tema que en Italia adoptará formas muy simbólicas en los años de la endémica peste negra, como refleja una conocida obra de Giovani del Biondo, donde un cuerpo putrefacto es devorado por sapos y serpientes ante la aterrada mirada de un hombre y su perro. 

'cuando no se teme a la muerte 
se la hace penetrar en las filas enemigas'
(Napoleón Bonaparte, 1769-1821)

La imagen de la muerte en las artes plásticas prolifera desde el final del Medioevo llegándose a una figuración nueva, la personificación de la propia muerte, que adopta forma humana impregnada de elementos iconográficos concretos arrojando un sencillo pero inexorable mensaje: “recuerda y ten presente que has a morir”. Su inherente inflexibilidad igualatoria encontrará gran difusión entre el pueblo. Lo macabro como fuente de inspiración literaria e iconográfica será luego readaptado al lenguaje alegórico propio de Renacimiento y Manierismo, que con frecuencia ubican a la muerte junto a emblemas y símbolos del tiempo como relojes de arena, balanzas o alusiones al dios Cronos. Petrarca figuró a la muerte sobre una carreta tirada por dos bueyes negros, en un esquema seguido por otros artistas desde mediados del siglo XV. La suavización del imaginario al final del Quatrocento tendrá su excepción en la escuela florentina, donde la muerte solía aparecer alada, con apéndices similares a los de gárgolas o murciélagos.

Las Tres Edades de la Muerte. 
Peter Brueghel (1525-1569)

El imaginario mortuorio es ejemplificado en buen número de obras pictóricas alemanas de los siglos XV al XVII, con célebres ejemplos en Las tres edades de la muerte o El triunfo de la muerte, de Peter Brueghel, que constituye una de las más significativas aproximaciones visuales de la referida peste negra que asoló Europa en el siglo XIV. En el primer caso, el maestro renacentista Hans Baldung concibe al odiado jinete como un hediondo ser que se lleva a la vejez, representada como una decrépita anciana aferrada  con desesperación al hálito vital, metaforizado en la sana lozanía propia de la juventud de una doncella. Un bebé en la parte inferior de la composición simboliza cómo el trabajo de “la indeseada” se inicia desde el mismo nacimiento del individuo. Hans Holbein “el joven” es otra destacada figura alemana cuyas composiciones nos acercan a la idea de la mortalidad con el uso de objetos propios de la vida contemplativa, práctica o placentera, simbolizando ciencia, riqueza y placer carnal respectivamente. 

'la muerte es una vida vivida. 
la vida es una muerte que viene'

(Jorge Luis Borges)


A partir de la Contrarreforma y el Barroco, resulta frecuente en los países protestantes una asociación de la muerte a la naturaleza y el mundo, de ahí su figuración a través de naturalezas muertas como forma de mostrar la banalidad de lo perecedero. En los católicos, los memento mori siguen conteniendo  “hamletianas” calaveras y esqueléticos cadáveres putrefactos como clara muestra de la vanidad de la vida. Vanitas, “vanidades”,  que parten, entre otros muchos, del dibujo Las Parcas, publicado en  el Libro de Antigüedades del veneciano Pedro Apiano en 1556. Una sugerente variante temática renacentista muestra a amor y muerte durante una cacería, portando la segunda los carcajes y el joven Cupido los arcos. Visiones amortajadas, crudas o patéticas de la muerte, como las talladas en piedra, a mediados del siglo XVI, por el escultor flamenco Gil de Ronza o el francés Ligier Richier. El primer caso presenta una descarnada muerte portando la trompeta del juicio final. 

La Muerte. Gil de Ronza 1522

Durante el siglo XVII, las vanitas  continúan acogiendo símbolos de fragilidad, brevedad vital y muerte en sus composiciones. Decadencia y envejecimiento son ejes estructurales de moralizantes bodegones que emplean fruta pasada, humo, relojes o instrumentos musicales. Sinérgicas alegorías que ponen de relieve la naturaleza efímera de la vida a través de grandilocuentes sentencias enmarcadas en emblemas, a menudo encabezando las composiciones. Resulta destacable el papel jugado por los niños en dicha iconografía. Gian Bernini empleó esqueletos y calaveras en las composiciones escultóricas que decoran los ornamentados sepulcros de los papas Urbano VII y Alejandro VIII, en San Pedro de Roma. De forma similar, monumentales castra doloris se levantaron en significativas iglesias polacas en esa época. 

El Memento Mori fue muy cultivado en el Barroco español, de la mano de artistas como Alonso Gutiérrez, Valdés Leal, y en los Países Bajos, con figuras como Van Steenwyck. Ostentosos y macabros funerales y alusiones a la vanidad de lo terrenal y la idea de desengaño. La asunción de que solo con la muerte comienza la propia vida y del humano como ser perecedero, generó una estoica literatura plasmada en la pintura mediante tenebrismo, dramatismo, vejez, concepto del tiempo y, por supuesto, calaveras. 

In Ictu Oculi. Valdés Leal  (1671-1672)

La imaginería sacra fundamenta lo macabro en la conformación de la idea de mortalidad. Representaciones de la dama de la guadaña como huesuda figura humana provista de una lívida calavera dotada de  horrendas  muecas. Una concepción de la muerte como mensajero del mal. Una muerte festiva y burlona, a menudo escoltada de músicos y danzantes, que ejemplifican dibujos renacentistas del germano Michael Wolgemut, buen número de obras del siglo XVIII, cuya temática se aglutina bajo el epígrafe “danzas de la muerte”, y con posterioridad grabados románticos, como los realizados por el, también alemán, Alfred Rethel. Una muerte antropomorfa, que coexiste con la vida, rastreada en la colección de oscuros dibujos que el austriaco Alfred Kubin realizo los primeros años del siglo XX, aunque en una percepción ciertamente alejada de rancios funerales barrocos, religión y poderes fácticos del Antiguo Régimen y de la estética que a inicios del siglo XIX relanzó el Romanticismo.

Wassergeist. Alfred Kubin (1877-1959)

DESPIECE 1.  CALVARIOS Y CALAVERAS
Con frecuencia las macizas cruces pétreas que coronan panteones o mausoleos decimonónicos enmarcan alegorías mortuorias como calaveras y tibias entrecruzadas. Universalizada por la piratería dieciochesca, dicha representación constituye en la actualidad la imagen icónica del peligro de muerte o la toxicidad.  


'la naturaleza, buscando una fórmula que pudiera satisfacer a todo el mundo, escogió finalmente la muerte, la cual, como era de esperar, no ha satisfecho a nadie' (Emil M. Cioran)


DESPIECE 2.  LA “SANTA MUERTE” 
La imagen de la “Santa Muerte” es venerada en depauperados suburbios de México DF, Ciudad Juárez y Tijuana, donde no es ocasional la existencia de altares a tal efecto, tanto en penales como en pequeños santuarios urbanos de objeto de cierta peregrinación. Tal  iconografía entronca con un carácter popular, e incluso festivo, característico a la tradición gráfica mexicana de inicios del siglo XX. 

 DESPIECE 3. EL TAROT Y LA MUERTE
                                                                
La carta número trece del tarot personifica el materialismo mediante un descarnado arcano. Tal simbología, no se significa tanto como tragedia que como ruptura de lazos o ataduras. Un cambio evolutivo que puede suponer  transformación, aunque también enfermedad. 
  
DESPIECE 4.  IMAGEN FÍLMICA DE LA MUERTE

Mitica escena de El Séptimo Sello de Ingmar Bergman. 1957

Algunos géneros cinematográficos se encuentran, a nivel estructural, en íntima relación con la muerte. Mientras el género negro, de los años 30, 40 y 50, en buena lógica se articula en tramas con la muerte como piedra angular, westerns, bélicos, road movies u horror films abundan en ella con guiones impregnados de sexo, mujeres fatales, vampiros y otros ángeles de la muerte.

R Cruz. dic 2008  

1 comentario:

  1. muy buenos datos, gracias me ayudó mucho con una investigación sorbe la muerte que estoy realizando.

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