miércoles, 25 de enero de 2012

apocalipsis rapa nui

En el llamado triángulo polinesio, en pleno océano pacífico, se encuentra la isla de Pascua, a 3.500 kms de distancia de las costas de Chile, hecho que la convierte en la isla habitada más inaccesible del globo. Con una superficie de poco más de 160 km² y un clima tropical templado, es de origen volcánico y está permanentemente azotada por los vientos aliseos.

La isla fue denominada Rapa Nui ('Rapa Grande') por los exploradores tahitianos que se toparon con ella, en alusión al parecido de su contorno con el de Rapa, otra pequeña isla situada en la actual Polinesia Francesa, conocida como Rapa Iti (Rapa Chica). Esta denominación en dialecto tahitiano acabaría cuajando para convertirse en el gentilicio, el dialecto y también el nombre de una isla que, antes de estas incursiones, era conocida como Te pito o te henua ('El ombligo del mundo') o Mata ki te rangi ('Ojos que miran al cielo').




HISTORIA, TRADICIÓN Y RASGOS CULTURALES

La tradición oral autóctona cuenta que los pioneros, encabezados por el primer ariki (rey) Hotu Matua, arribaron allí procedentes de la mítica isla de Hiva, éxodo acaecido en torno al siglo IV. Se cree que sería la antigua denominación en dialecto polinesio de alguna de las hoy Islas Marquesas. Las teorías más recientes se inclinan por que Hiva no fue otra que la actual Rapa Iti. Según los mitos un gran temblor de tierra provocó que el mar, embravecido fuera devorando y hundiendo todas y cada una de las islas. A un sabio sacerdote se le apareció en sueños Make-Make, suprema deidad, quien le condujo a una isla desconocida destinada a ser el nuevo hogar de su pueblo. Este paraíso terreno, revelado por intercesión divina, es avistado durante la expedición fletada a tal efecto entre uno y dos meses una vez comenzado el periplo. El rey Hotu Matua la bautizará como 'el Ombligo del Mundo'.

Por su parte, la investigación arqueológica rastrea sus orígenes en la Polinesia, inclinándose también las teorías más creíbles por Islas Marquesas. Otras, hoy prácticamente desechadas, arguyen orígenes preincaicos procedentes del continente americano. Pero, en este caso, y sin que sirva de precedente, la oralidad y las evidencias arqueológicas coinciden en numerosos aspectos, salvando las distancias terminológicas.

Se cree que las primeras incursiones, de las que hay escasos datos, tuvieron lugar hace tres milenios por parte de intrépidos navegantes procedentes del sudeste asiático.

Sin embargo, fueron polinesios, que tenían fama de experimentados navegantes y eran bien conocidos por sus avanzados conocimientos náuticos quienes recalaron aquí con afán de permanencia. Eran pueblos que tenían en el enorme y peligroso océano pacífico su única baza de subsistencia, pues navegaban en un mundo aislado y hostil de movimiento perpetuo y búsqueda constante de recursos. Guiados únicamente por limitados conocimientos astronómicos, basados en la observación de las estrellas y la rotación de sol y luna, navegaban largas distancias con enormes canoas dobles (similares en lo estructural a los catamaranes modernos) con una base central sobre la que se situaba una caseta que serviría de cobijo frente al implacable sol de la zona y de almacén para las mercancías, que debieron ser abundantes en largas travesías. Estas embarcaciones podían llegar a tener hasta 30 metros de largo.




En torno al año 600 d.c. navegantes procedentes de Marquesas arribaron en Rapa Nui, con intenciones de establecer un asentamiento permanente. Llevan consigo varias especies animales (gallinas y ratas polinesias) y plantas (caña de azúcar, plátano). También llevaban consigo, según la leyenda, las tablillas jeroglíficas que narraban la historia de  Hiva, inmersa ya en las profundidades del océano. Este éxodo forzado tuvo lugar, según los ancianos pascuenses, en torno al siglo V. Esta estimación está basada en la lista de reyes sucesores de Hotu Matua, presente con mayor o menor exactitud en la memoria colectiva. Otros estudios hablan de fechas más recientes. Lo que sí es seguro es que estaba deshabitada hasta la llegada del 'pueblo elegido'.

Hay controversias sobre las condiciones orográficas y ambientales en que se encontraba la isla. Es posible que, al contrario de las condiciones actuales de la isla, malograda por la sobreexplotación durante siglos, encontraran un rincón paradisíaco, rico en bosques y acuíferos, habitado por curiosas y endémicas especies vegetales y animales. Todo esto, unido a los recursos traídos por ellos y unos conocimientos y tradiciones culturales polinesias pronto arraigadas en la nueva tierra prometida, hicieron que rápidamente prosperaran en relativa armonía. Otros estudios arguyen que la isla ya era un territorio seco y esteril, y que fueron las especies traídas por Hotu Matua y los suyos, que medraron gracias también a avanzados conocimientos de jardinería y el uso de invernaderos naturales. En cualquier caso, las ocho tribus de la tradición Rapa Nui se instalaron allí sin dificultad, continuando con sus ancestrales costumbres isleñas, como los tatuajes, la pintura corporal, el arte funerario, la pictografía o el uso de petroglifos.

Esta recién arribada sociedad tenía una organización tribal muy estratificada, donde ciertos linajes controlaban un territorio, bajo el gobierno del citado ariki. Estas zonas se encontraban por lo general próximas a la costa, y allí se erigían los centros ceremoniales, templos y otras edificaciones de carácter civil y político. Las zonas de interior, eran dedicadas al cultivo y aquí moraba buena parte del populacho. Es bastante improbable la validez del estereotipo de pacíficos nativos exentos de maldad y ajenos a la violencia que a menudo se suele hacer de determinadas culturas de estas latitudes.

En los albores del primer milenio de nuestra era se cree que llegó a su máximo esplendor el desarrollo artístico, político y económico de una creciente sociedad pascuense. El arte funerario llega a su máximo grado con la construcción de centros ceremoniales de culto y el auge de los hoy legendarios y fascinantes Moai.


RITUALISMO Y CEREMONIA: EL ESPÍRITU MOAI

El dios creador de la leyenda fundacional de Rapa Nui era Make-Make, creador del mundo y de la humanidad, y también asociado a la fertilidad, que bajó de los cielos y se instaló en Hiva. Como tantas deidades de buena parte del planeta, se dice creó primero al hombre con barro y de él extrajo a la mujer. Pero fue en el culto a los antepasados, también considerados deidades, donde el pueblo Rapa Nui no escatimó un ápice, dedicando a su iconografía funeraria buena parte de su tiempo, mano de obra y, sobre todo, fervor popular.




El interés suscitado por este pequeño e ignoto emplazamiento no habría sido el mismo de no ser por sus famosos y míticos obeliscos funerarios, las enigmáticas cabezas de la isla de Pascua, más conocidas como Moai. Ciertas muestras arqueológicas apuntan a que el período de construcción de estos monolitos va desde el siglo XII aproximadamente hasta el XVII. Habría en torno al millar, algunos destruidos y otros tantos inacabados en la cantera. La finalidad de estos pétreos colosos era principalmente ritual, un vehículo de conexión con un más allá superior al que el pueblo pudiera encomendarse. De hecho, en contra de lo que algunos dicen, las estatuas no miran hacia la costa sino hacia el interior, a excepción del grupo llamado los Siete Exploradores en honor a los 7 navegantes que envió Hotu Matua para encontrar la nueva tierra. Estos miran al océano, cuentan las historias que justo hacia la zona donde estaba situada Hiva.
Los navegantes que avistaran la isla quedarían petrificados al toparse con estas colosales estatuas dándoles la espalda como curiosa forma de mal o bienvenida. Los Rapa Nui, por tanto, se creían solos en la inmensidad oceánica, hecho que se manifiesta en una religiosidad aislacionista y endogámica que mira hacia dentro y necesita de protección divina para aplacar las inclemencias de un destino incierto.

El poder espiritual, que podía ser adquirido por cualidades y habilidades diversas, era el Mana, dador de fuerza sobrenatural. Está referido también al poder inmanente de las personas y las cosas para la obtención de prestigio espiritual. Estas propiedades eran también transmitidas gracias a él por los espíritus de los difuntos a los aún vivos. Estos ascendientes formaban parte del panteón de los dioses Rapa Nui y como tal eran venerados. Los moai eran canalizadores de estas fuerzas, ya que garantizaban la presencia vigilante y protectora de los ancestros, inmortalizados con no poco trabajo. El tamaño de algunos de ellos venía a dar cuenta del importante rango familiar o político de algunos miembros de las distintas comunidades. 

El material utilizado era ceniza comprimida, proveniente de las canteras situadas en el cráter del volcán Puna Pau. Pero lejos de ser obra de esclavos o peones de su tallado se encargaban escultores, pertenecientes a un gremio destacado, que ostentaban no pocos privilegio, un elevado prestigio social y exentos de cualquier otra labor. Se hacían presumiblemente por encargo, y en los años 70 se descubrió que en un principio tenían las cuencas de los ojos pintadas una vez asentadas en sus respectivas plataformas, momento ritualizado a partir del cual el espíritu tomaba forma en la escultura. También, aunque hoy perdidos, llevaban en la cabeza un copete de piedra rojiza llamado pukau.




El transporte de las estatuas continúa a día de hoy siendo objeto de debate entre los estudiosos. Según la tradición oral eran las fuerzas superiores emanadas del Mana, que desplazaban durante la noche cuando todos duermen los colosos a sus respectivos destinos desde la cantera volcánica. Otros estudiosos barruntan la idea de que fueran desplazados por vía marítima bordeando la costa, pero el descomunal peso de la mercancía, la fuerza del océano en la zona y lo escarpado de los accesos hacían que pronto perdiera fuerza esta conjetura. No faltan, por supuesto, atribuciones paranormales o extraterrestres. La teoría más plausible a día de hoy es que las estatuas, previamente elaboradas en la cantera, eran posteriormente trasladadas a los distintos poblados. 

Sobre el sistema de traslado también hay controversia, aunque prevalece la del uso de trineos o grandes rodillos de madera, probablemente construidos con troncos que facilitaban su transporte a los distintos poblamientos en el litoral, a través de senderos o pistas expresamente construidas para ello. Habría que evitar en lo posible los desniveles que dificultaran lo que ya era de por sí ardua tarea. Para ello se tendrían que alargar considerablemente los recorridos. No hay tampoco constancia de que este pueblo conociera la rueda. Más enigmático es, si cabe, cómo serían capaces de enderezar de nuevo unas moles de roca que podían llegar a pesar hasta 80 toneladas y medir hasta 20 metros de altura en algunos casos. Esta complicada operación se llevaba a cabo sobre unos altares, denominados ahus y creadas expresamente para albergar al Moai, que presidirá la explanada donde tiene lugar la vida política pública y ceremonial, centro neurálgico de las pequeñas aldeas de la costa. Estos constaban de un muro trasero de contención, una rampa frontal para facilitar su colocación y en su interior seguramente tendrían una cámara funeraria. En el sur de la isla, en una zona llamada Vinapú todavía permanece en pie un ahu gigantesco, formado por inmensas piedras de hasta 12 toneladas de basalto perfectamente pulidas y escuadradas. En Cusco y Sacsayhuamán (Perú) existen construcciones de fortalezas incas sorprendentemente parecidas a las de Vinapú, hecho que daba algo de fuerza a la corriente preincaica de los estudiosos pascuenses, aunque también en Etiopía o en las pirámides de Egipto existen construcciones semejantes.





EL OCASO RAPA NUI 
Y EL VUELO DEL HOMBRE-PÁJARO

Tras un milenio de desarrollo y prosperidad de la micro-civilización Rapa Nui se sucederían una serie de acontecimientos en cadena que sólo podían conducir a la debacle El S. XVII sería el zenit de un período de agonía para la perpetuación de este mito, que venía gestandose quizás desde un par de siglos atrás. El primer motivo que conduciría al ocaso de Rapa Nui fue el exceso de población, debido en buena parte a la prosperidad conseguida durante este extenso periodo. Aunque es habitual la utópica imagen del nativo en armonía y coexistencia con el entorno, la realidad está muy lejos de esta visión edulcorada, máxime en un entorno extremo como el de Pascua, donde la necesidad y el aislamiento unidos a un crecimiento excesivo contribuían a un esquilme sistemático de los recursos naturales irremplazables que, en este caso, habría de ser mortal de necesidad. Ya a lo largo del siglo XVI el desmedido consumo de madera para la construcción de embarcaciones, edificios o para utensilios o leña fue reduciendo dramáticamente lo que antes eran generosos bosques de palmeras a estériles montes pelados, que pronto dejarían de generar el suficiente agua dulce garante de la supervivencia. Esta escasez conlleva un súbito freno en la producción de alimentos con el hambre, la desesperación y la consiguiente violencia como resultado último.

Comenzó entonces una fase de enfrentamientos, agresiones, guerras entre las distintas tribus que algunos estudios afirman degeneró en lo que se podría llamar una lucha de clases. La clase trabajadora, mucho más numerosa, terminaría amotinándose, derribando en su enfurecido ataque unos cuantos Moai que para ellos simbolizaba el propio sufrimiento y, sobre todo, el poder que combatían. En cualquier caso es cierto que los nativos supervivientes acabarían, diezmados, viviendo en cuevas y extremando las medidas en su afán por no morir de hambre, sed o algo peor. Durante este convulso y dantesco período se repitieron episodios de canibalismo debido a la hambruna generalizada, documentada ésta última en diversas esculturas conservadas, con ojos hundidos, rostros famélicos, barriga abultada y costillas marcadas. De hecho, uno de los ejemplos de sociedades que practican la antropofagia son, precisamente, pueblos polinesios y del Pacífico Sur. Las sociedades náuticas, expuestas tan a menudo a situaciones extremas, han dejado, a través de restos arqueológicas, textos y expresiones artísticas, auténticas evidencias de la consumación de tales prácticas.

El 5 de abril de 1722, un velero de la marina holandesa capitaneado por Jacob Roggeveen, que venía de explorar otras islas chilenas encalla en la isla, acuciada ya hasta el límite por el inexorable drama interno. El nombre de Pascua fue una ocurrencia del capitán, en recuerdo de la jornada del arribamiento, el día de Pascua de Resurrección ('Paasch-Eyland' en neerlandés de la época). Como ya vimos, sugestionada por la mitología local, la población de Pascua creía que eran los únicos habitantes de cuanto les rodeaba, por lo que el avistamiento de foráneos y de sus extrañas embarcaciones debió de ser cuanto menos chocante. Se cree que, lejos del amigable encuentro por el que se inclina alguna teoría, los holandeses, provistos de armas de fuego y probablemente no exentos de miedo a los indígenas, causaron una veintena de bajas sobre una población local mucho mayor en número y seguramente desesperada, pero en cualquier modo susceptible al poder de convicción de un puñado de rifles y unos tipos que parecían venir del futuro en avanzadas embarcaciones.



Tras estos acontecimientos, la isla, que llegó a albergar entre 15 y 20.000 habitantes en el período de máximo esplendor con Hotu Matua, quedaría reducida a un escaso millar en el siglo XVII. En el siglo posterior fue visitada por varios exploradores de los mares ávidos de riquezas y tierras, pero la visión de una pequeña y devastada isla carente de madera o agua, que además quedaba demasiado lejos de todo, les disuadía rápidamente. Sin embargo, los traficantes peruanos sí encontraron un negocio en Pascua: el tráfico de esclavos. La mano de obra gratuita para recoger guano en Perú llevaba a estos depredadores  a rebuscar por los siete mares en busca de capital humano. Su paso por la isla con sus embarcaciones repletas de apresados hacinados en barcos y rodeados de insalubridad propagaron con rapidez enfermedades inéditas hasta entonces en la isla como la tuberculosis o la viruela. Las bajas causadas por las nuevas pandemias, unido a la partida de barcos con casi 300 habitantes hechos esclavos y el práctico exterminio de las clases sacerdotales tras las luchas internas libradas hasta el momento redujeron la población a un tope de 110 habitantes en 1877. Este dato que da cuenta de la magnitud de la catástrofe y de lo cerca que estuvo esta insólita civilización de capitular definitivamente.

Durante el proceso de esta agonía étnica la ideosincrasia y hegemonía Rapa Nui, amenazada de muerte, dará paso a una nueva religiosidad, inspirada en el movimiento perpetuo de las aves migratorias que recalan en la isla estacionalmente y a su vez entroncada con la antigua deidad Make-Make. Este nuevo ceremonial, llamado Tangata Manu (Hombre-Pájaro), consistía en que quien primero recogiera un huevo de Manu Tara (gaviota pascuense) ostentaría el título de soberano durante el transcurso de un año. Este ave migratoria autóctona desova en un islote próximo llamado Motu Nui (Isla de los Hombres-Pájaro) y para completar el recorrido hasta allí había que sortear peligrosos obstáculos, escalar altos y escarpados acantilados o nadar durante kilómetros en unas aguas oceánicas con grandes corrientes y profusión de tiburones. El ganador se convertía en el Hombre-Pájaro de turno, y una vez afeitada y pintada de rojo la cabeza era trasladado a una cabaña sagrada llamada Rano Raraku, donde era agasajado por sirvientes, privilegio otorgado en aras de la distinción por su supremo aunque temporal rango. El espiritualismo que impregnaba la tradición, principalmente enfocado hacia el interior, principio y fin de todo lo existente, devino en la fulgurante aparición del Hombre-Pájaro, que resurge de las cenizas de la prácticamente extinta civilización, en una recién eclosionada era post-apocalíptica, ante la posibilidad, pronto truncada por nuevas vicisitudes, de un nuevo despertar Rapa Nui.

En 1888 la isla se anexiona a Chile, que asumiría su soberanía, gracias a la "negociaciones" entre el enviado del gobierno y capitán de la armada chilena Policarpo Toro y la diezmada al extremo población local que, no obstante, hizo una serie de reivindicaciones, como el derecho de ciudadanía chilena, que no les fue concedido hasta casi un siglo después, en 1966. Hasta esta época estuvo el pueblo pascuense encerrado en la isla, eso sí, administrada por ejército y gobernadores del país andino. Durante el siglo XIX se descubrió una tablilla de tipo cuneiforme llamada Rongo Rongo, que estaba tallada con puntas de obsidiana y elaborada a partir de dientes de tiburón sobre tablas de madera que, algunos creen, es el único sistema de escritura estructurada de toda Oceanía, aunque realmente aún no se ha logrado descifrar su contenido.

Numerosas son las incógnitas acerca de esta peculiar civilización, misterios que quizás nunca sean resueltos. Esta isla del fin del mundo, que despertó de su propio apocalipsis sometida por necesidad, tuvo ya en el siglo XIX un despertar Rapa Nui de carácter más sincrético que poco conserva de sus orígenes, más enfocado hoy al turismo que otra cosa, como también ocurre con numerosos ritos en numerosos puntos del globo. No obstante no parece ser impedimento para que la fascinación que suscita por diversos motivos no se haya visto mermada por este hecho.


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