viernes, 18 de noviembre de 2011

licantropía (1) - el origen del hombre lobo -

Una antigua creencia popular, muy extendida en Europa Central, sostenía que, bajo determinadas circunstancias, un humano podía transformarse accidentalmente en lobo y transmitir esa condición en su ataque, en caso de sobrevivir la víctima al mismo. El origen de este mito quizás radica en el hecho de que a menudo se encontraban pieles de lobo como único resto de animales devorados por sus congéneres. Comportamiento, el del canis lupus, no pocas veces magnificado por tradición oral o literatura, pero que ha dado muchos quebraderos de cabeza, especialmente cuando el hambre los empujaba hacía las aldeas en invierno, a granjeros de todos los tiempos que lo han llevado al borde de la extinción en muchos lugares.


El lobo se encuentra muy presente en las creencias, el folclore y la tradición de muchas culturas y la simbología que subyace a su alrededor ha sido, desde tiempos inmemoriales, una constante en manifestaciones artísticas, especialmente funerarias, guerreras y literarias, que van de los celtas a Caperucita roja. Algunos pueblos se preciaban de descender de los lobos como los licios, los dacios, los arcanos del Mar Caspio, los orkas frigios, los licaones de Arcadia, los lucenses y lobetanos en la Península Ibérica, o los lucanos e irpinos de Italia. En lugares como Argentina, Brasil, Finlandia, México o Rusia aparece, de un modo u otro, la figura del hombre lobo con variantes o rasgos específicos en cada caso.

Se plantea compleja una búsqueda precisa del origen de lo que se ha venido a denominar “licantropía”: afección o manía por la cual el enfermo imagina estar transformado en lobo que da lugar a un tipo clínico muy infrecuente. El mito del hombre lobo probablemente se encuentra más asociado a patologías como la porfiria o la rabia que a la figura animal como tal, aunque balas de plata, luna llena y una maldición manifestada a través de un pentáculo marcado en la palma de la mano son los ejes básicos de una simbología plenamente cinematográfica.

La creencia en el hombre lobo es muy antigua, habiendo encontrado el mito un fuerte arraigo en el viejo continente, al igual que ocurre en otras latitudes con zoomorfosis relativas a otros animales. Se deriva de ello la creencia, extendida por casi todo el mundo, en la capacidad de algunos humanos para transformarse en animal, ya sea voluntariamente, mediante prácticas mágicas, o por influjos no controlados. Estas ideas dieron lugar a muchas leyendas sobre humanos animalizados que en ocasiones se mezclaban con datos reales. Así, nos encontramos con los berserkers, u hombres-oso de los pueblos escandinavos antiguos, fieros y sangrientos luchadores que, bajo la influencia de ciertas drogas, se cubrían con pieles de oso para luchar embriagados contra sus enemigos, participando de la naturaleza de la fiera hasta el punto de creerse transformados. A tal nivel, también resultan relevantes los hombres jaguar, en América, y los hombres-leopardo africanos, que disfrazándose con las pieles y atributos de estos felinos actuaban como sociedad secreta dentro de su comunidad.



La mitología egipcia relata que Osiris adoptó la forma de un lobo, o acaso un chacal, para ir a socorrer a Isis y a su hijo Horus, en su lucha contra el pérfido Seth. En arcaicas referencias mitológicas de la zona del Rhin se rastrea una criatura con cualidades humanas, Fenrir, personificación de la bestia y desconfiado por naturaleza, que arranca de cuajo la mano a una deidad menor llamada Tyr. Antes de esto ya habían nacido las leyendas de humanos capaces de transformarse en lobos, siendo la de Lycaon, primer rey de Arcadia, la primera de la que hay constancia a través de la mitología griega. El término “licantropía” designará así a las personas que se creen lobos en razón al nombre de éste personaje que, según las diferentes versiones de Pausanias, Platón y Ovidio, fue transformado en lobo por Zeus en castigo por servirle un asado preparado con el cadáver de un niño. El término hombre-lobo desciende del latín lupus hominarius, aunque en el latín clásico se le llamaba versipellis (el que cambia de piel). En inglés se denomina werewolf (de wer, hombre y wolf, lobo), aunque tal apelativo antiguamente significaba ladrón. Referencias explícitas a la licantropía las podemos encontrar en el Satyricón de Petronio (siglo I), donde se narra la historia de Nicero, testigo de la voluntaria transformación de un legionario en lobo.

El rey húngaro Segismundo (1368-1437) propició que la Iglesia, en el concilio ecuménico de 1414, reconociera oficialmente la existencia de éstas peludas criaturas. Este hecho, junto con una serie de condiciones sociales y sanitarias, hizo que en la Europa del siglo XVI la maldición del hombre lobo adquiriera relevantes proporciones, implicando a autoridades eclesiásticas que tuvieron que iniciar una investigación oficial. Durante los siglos XVI y XVII la psicosis reinante entre el campesinado llevó a no pocos individuos a ser juzgados y condenados por tribunales, acusados de brutales asesinatos bajo la apariencia de lobos. 


Según la leyenda, alimentada sin duda por las más fervientes imaginaciones, el licántropo perseguía mujeres para poseer y niños para devorar, pudiendo ser reconocidos por sus pobladas cejas, reunidas sobre la nariz, y por una supuesta gran mancha peluda en la espalda. Durante el plenilunio, la metamorfosis nocturna conducía a un inmediato crecimiento del pelo en todo el cuerpo y a un afilamiento de orejas y colmillos, dando lugar a una sanguinaria criatura, no está demasiado claro si bípeda o cuadrúpeda, que solo puede ser eliminada atravesando su corazón con una bala de plata.

Trastornos físicos o mentales, como el referido desmesurado crecimiento de pelo en la cara y el cuerpo de los enfermos, debieron provocar el pánico, e incluso la persecución, en épocas oscurantistas impregnadas de superchería sobre brujas, vampiros y endemoniados. Lo que se conoce como “síndrome de Ambras”, es una rarísima patología, de la que no se han documentado más de medio centenar de casos en todo el mundo, cuyos pacientes se cubren por completo de un grueso vello en razón a una mutación genética dominante. Algunos enfermos sirvieron los lucrativos propósitos de exhibidores circenses sin escrúpulos, o engrosaron un coleccionismo, de muy dudoso gusto, practicado por nobles y monarcas ilustrados. 


El factor epidemiológico resulta aquí igualmente aplicable al vampirismo, al que la literatura y el cine han puesto en estrechísima relación con la licantropía, hasta el punto de atribuir a los “chupasangres” la capacidad de transformarse en lobos y otros animales, especialmente ratas y murciélagos. Muchos investigadores han querido ver la realidad del hombre lobo en una epidemia de rabia, dando a entender que los afectados por la llamada rabia furiosa serían aquellos considerados popularmente como seres humanos transformados en fieras bípedas.






Ejemplo clásico de maldición, hoy el mito del hombre lobo resulta además un complejo icono de la lucha entre la implacable y devastadora civilización y la naturaleza salvaje que reside en lo más profundo de la humanidad. Este concepto del humano salvaje nos conduce a huérfanos relacionados con los hombres lobo. Rudyard Kipling (1865-1936) publicó en su "Libro de las Tierras Vírgenes" (1894) las aventuras de Mowgli, un bebé humano criado por lobos de la India. Un relato que retomaba la leyenda de Rómulo y Remo, niños salvajes fundadores míticos de Roma, que sobreviven amamantados por una loba. Al poeta Plauto (254-184 a.C.) pertenece el clásico proverbio, siglos después popularizado por Hobbes, "Homo homini lupus est”, como, por desgracia, tantas veces ha demostrado la historia.


continuará...

R. CRUZ ABRIL 2008

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