viernes, 17 de febrero de 2012

desde el infierno: jack 'the ripper'

Ese apologeta de la truculencia que es Leandro Gado, colaborador ya habitual de este blog, ha dejado por aquí este interesante artículo sobre este carnicero de las tinieblas urbanas. Saludos desde el averno nuclear. 

Los ritualizados asesinatos y posteriores mutilaciones de cinco prostitutas acaecidos entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888 en el mísero arrabal londinense de Whitechapel, erigieron en uno de los más célebres criminales de todos los tiempos a su aún anónimo autor. Un psicópata que, con precisión de cirujano, abría a sus víctimas en canal, dejando su interior a la vista de sus espantados descubridores.

Considerado el primer asesino 'en serie' contemporáneo, la leyenda del “destripador” nunca aprehendido comenzó tras cerrar Scotland Yard el caso, de un modo un tanto sospechoso, semanas después del último crimen que se le atribuye. La versión oficial dictó que el asesino confesó, antes de quitarse la vida arrojándose al Támesis, aunque siempre se sospechó que existió un encubrimiento. Las variopintas hipótesis sobre su identidad, fomentadas por el cariz legendario adquirido por su figura, sin duda contribuyeron a dificultar su identificación de forma satisfactoria por parte de historiadores y criminólogos. 





Ciento veinte años de especulaciones configuraron una interminable lista de sospechosos, a la que no fueron ajenos el médico de la propia reina Victoria, Sir William Gull, el pintor impresionista Walter Richard Sickert, James Maybrick, los doctores en medicina Francis Tulmenty y Thomas Cream, Michael Ostrog, George Chapman, el proxeneta de origen polaco Joseph Silver, o el misógino abogado y miembro de la logia masónica “Club de los Apóstoles”, Montague John Druitt. Las más disparatadas teorías llegaron a barajar los nombres de Lewis Carrol, ínclito autor de Alice in Wonderland, el actor Richard Mansfield, que en esos momentos representaba en Londres El Dr Jeckyll y Mr Hyde, o el propio “hombre elefante”, John Merryc. En 2006 una investigación identificó al criminal con el peluquero polaco Aaron Kominski, de quien se hizo un nuevo retrato robot más de un siglo después de que John Grieve dibujara el primero. 

Pero fue, sin duda, la escandalosa teoría que señalaba al primogénito del príncipe de Gales, Albert Víctor (futuro Eduardo VII), la que adquirió mayor notoriedad entre la opinión pública. Sin embargo, la prensa de la época obvió cualquier referencia a la especulación que asociaba los crímenes a la casa real británica, en la persona de su médico personal o del propio duque de Clarence. No hace mucho, quedó demostrado que el duque, sifilítico de inestable personalidad fallecido en una institución mental en 1892, se encontraba de cacería en Escocia cuando se sucedieron al menos dos de los asesinatos. 



La extrema sanguinolencia con la que se cometió la serie de muertes, motivó que, a pesar del reducido numero de víctimas, esta pusiera patas arriba las entrañas del Imperio Británico. A la primera víctima, Mary Ann 'Polly' Nichols, de 42 años de edad, le fue abierto el abdomen, tras ser degollarla con un gran estilete, extrayéndosele las entrañas en plena calle. Un paseante descubrió su cuerpo en Hambury Street al amanecer del 31 de agosto y, creyéndola desmayada, comprobó cómo una limpia sección de su tráquea y esófago casi la había decapitado. Una placa conmemorativa recuerda hoy el lugar del sórdido suceso. Ocho días después, Annie 'La Morena' Chapman, prostituta tuberculosa de 47 años, corrió una suerte similar. Esta vez, el asesino extirpó el útero al cadáver de la pobre desgraciada, encontrado hacia las seis de la mañana en Spitafields Market St., con algunos órganos aún calientes. Tras tan repugnantes acontecimientos, el autor reivindicó sus crímenes, jactándose de ellos y de que nunca sería atrapado por la policía, a través de dos notas plenamente atribuidas, ya que existieron unas cuantas más, escritas en tinta roja, firmadas por 'Jack, the Ripper', y remitidas 'desde el infierno'. Una de las funestas misivas rezaba: “Algún día los hombres miraran atrás y dirán que conmigo empezó el siglo XX”. 

Junto a las ingentes batidas lanzadas por Scotland Yard tras los dos primeros crímenes, alarmados, algunos comerciantes y taberneros de la zona crearon una especie de Comité de Vigilancia de la barriada, que enroló detectives privados y voluntarios civiles. La investigación forense determinó que el metódico asesino era un hombre zurdo que actuaba solo y estaba versado en anatomía, ante una patente habilidad para extraer órganos post mortem con gran precisión y en plena noche. Probablemente se trataba de un hombre culto, quizás un cirujano que actuaba de forma vengativa contra prostitutas que le habían contagiado una enfermedad venérea. Un infructuoso asedio a todo aquel digno de la mínima sospecha, incluidos veterinarios, carniceros, sastres, peleteros, mayoritariamente judíos, e incluso un 'piel-roja', no evitó que los crímenes se volvieron más audaces y horrendos. Tras recibirse, entre el 25 y el 28 de septiembre en la Agencia Estatal de Noticias, una primera nota en la que se ponía de manifiesto una profunda aversión del asesino a las prostitutas, la policía, desconcertada, la publicó en un diario, con la esperanza de que alguien reconociera la letra. Ello tan solo sirvió para desatar la histeria colectiva y el criminal volvió a actuar… 

Pasada la media noche del domingo 30 de septiembre, estuvo a punto de ser sorprendido mientras degollaba en Mitre Square a Elizabeth Stride ('Larga Liz'), fulana de origen escandinavo que no sufrió mutilaciones en consecuencia. Jack consiguió huir en la oscuridad de la madrugada. Interrumpido su 'clímax', tras ser despojado de su nauseabundo placer, actuó menos de una hora después, seccionando parte de la cara y el abdomen y extirpando un riñón a la desdichada Catherine Edows, cuyo cuerpo apareció en la calle Berner con las piernas separadas y las faldas levantadas por encima de las rodillas. El 16 de octubre el comisario George Lusk, recibió un paquete que contenía parte del riñón y una antropófaga nota, escrita en tinta roja, que rezaba: Desde el infierno: 'Le envío la mitad del riñón que saqué de una mujer, la otra pieza la freí y me la comí, estaba muy rico…' 



Tras la detención e interrogatorio de un caballero distinguido, sorprendido en el sórdido Whitechapel mientras contrataba los servicios de una meretriz en la noche del doble crimen, el rumor que identificaba al despiadado carnicero con una perturbada mente perteneciente a la alta sociedad, extrañamente obsesionada por los bajos fondos, fue en aumento. Tras mes y medio de inactividad, la última víctima atribuida al destripador fue Mary Jane Kelly, una agraciada prostituta de 24 años de edad que hacía la calle para sobrevivir junto a su pareja, sin trabajo. Su cadáver se halló tendido en la cama del cuartucho que ocupaba en Millers Court 13, sin orejas, nariz, ni corazón. Las vísceras abdominales se esparcían por toda la estancia con una, más que probable, estudiada colocación. 

Al menos cuatro desventuradas víctimas de Jack el Destripador tenían hijos, pero la muerte de éstos por enfermedades, insalubridad y accidentes, la adicción al alcohol y tantas cruentas razones las habían empujado a ejercer la prostitución en las calles. Aunque se le considera sospechoso de en torno a catorce asesinatos, son sólo cinco los crímenes que oficialmente se le atribuyen. Sin embargo, dos muertes más, que cronológicamente se situarían las primeros de la macabra lista, se ajustan bastante al 'modus operandi' del destripador. A Enma Smith le extrajeron el intestino y le cortaron las orejas el invierno de 1887, mientras que a Martha Traham le extirparon un riñón tras asesinarla un mes antes de descubrirse el cadáver de Mary Ann Nichols. Y no mucho que añadir al, no poco, folclore desplegado en la ingente bibliografía anual sobre el gran misterio sin resolver, salvo quizás el macabro chascarrillo 'vamos por partes'… 

La gran alarma social generada por los crímenes de Whitechapel constituyó un bombazo para la sensacionaslista prensa británica de la época, llegando a recibirse notas, en nombre del supuesto asesino, escritas por periodistas 'caza-noticias' como Tom Bulling, en la jefatura de policía y la redacción de algún diario. 

Ese distrito del East End londinense, llamado Whitechapel, hoy popularizado entre los turistas por la figura de 'Jack el Destripador', podría definirse a fines del XIX como una hedionda cloaca profundamente alejada del refinamiento victoriano, tan hipócritamente indiferente a las duras condiciones de los suburbios. La mortalidad infantil era superior al 50% durante los primeros cinco años de vida, y prostitutas y maleantes se hacinaban en cuartuchos y pensiones comunes, en decrépitos inmuebles de pocos pisos, empotrados en un entramado de estrechos callejones y patiejos, alumbrados aún por candiles y farolillos, que conformaban una insalubre red de licorerías, burdeles y fumaderos de opio. 


sospechoso DruittDruitt
sospechoso Klosowski
Klosowski
sospechoso Maybrick
Maybrick
sospechoso Sickert
Sickert
 retrato de varios de los sospechosos

Tras la producción sonora de la Universal London After Midnight en 1935, la británica Hammer Films también retomará en los sesenta este clásico del terror y misterio basado en hechos reales, con Las Manos del Destripador, dirigida por Peter Sadsdy. Michael Caine protagonizó para Thames Video, en 1988, una digna teleserie en cuatro entregas dirigida por David Wickes. La versión de Alleen Hughes From Hell (2001), inspirada en la novela gráfica de Alan Moore, relaciona entre sí a las víctimas como testigos de la boda entre el heredero real y una humilde ex prostituta católica, ubicándolas en medio de una conspiración, supuestamente amparada en la masonería, para salvar la reputación de la vetusta casa real británica. El guión salva a la última víctima oficial (Heather Graham), en pos de su amor por el enconado inspector Fred Abberline (Johny Deep). 

La escritora de misterio Patricia Cronwell dirigió una investigación en la que empleó tres años, basada en comparativas de ADN, que señaló al pintor, con gusto por la temática macabra, Walter Richard Sickert, como autor de la serie de crímenes cometidos en Whitechappel a finales del siglo XIX. Tal postulado, fraguado tras gastar una fortuna escudriñando más de 30 cuadros de Sickert en busca de muestras, se plasmó en la obra Jack el Destripador. Caso cerrado, que publicada en 2002 goza hoy de escaso crédito.  

R. Cruz. oct. 2008 

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