sábado, 31 de marzo de 2012

cárceles y tatuajes

saludos de nuevo, amigos de este espacio contaminante. aquí adjuntamos una ponencia que realizó el ínclito colaborador de este blog -Leandro Gado- en el marco de unas jornadas realizadas en el C.S.O.A. Casablanca de Madrid que, bajo el nombre de Tattoo Circus, suponen una interesante y original iniciativa donde el mundo del tatuaje y los movimientos sociales trabajan conjuntamente, de forma autogestionada y con fines solidarios para con la población reclusa.

Encomiable tarea es sin duda la de sacar el arte del tatuaje del habitual contexto comercial, a la par que fascistoide, que suele enmarcar las convenciones del ramo, trasladándolo, dentro del ámbito de la autoorganización autónoma anticapitalista, a una, más que loable, tarea de apoyo a nuestr+s pres+s.

Generalmente los tatuajes no son imágenes pasivas sino que hablan de un vínculo e intercambio emocional y social. Se bendicen, exhiben, presumen o tapan, por lo general con otro tatuaje encima. Como práctica ritual es metáfora de aquello que media con lo indecible (muerte, fetiches, creencias, vínculos, duelos..). 

Como recurso etnográfico para el análisis y reflexión sobre la trayectoria social del preso, antes, durante y tras su reclusión, el estudio del tatuaje carcelario se muestra metodológicamente a través de un trabajo de campo generalmente sucedido de sistematización y aplicación comparativa de la información. 

El trabajo de campo comprenderá una recogida y organización de datos procedentes del análisis documental, tanto bibliográfico como en forma de extensos archivos fotográficos, de la información procedente de entrevistas individuales o colectivas y de técnicas de observación participante, respecto de un colectivo del que el antropólogo, como recluso, sería parte activa o, por el contrario, actuaría pasivamente en su condición de investigador externo. El investigador observa la vida cotidiana, actividades habituales en determinados espacios. El diario de investigación es un recurso para recabar la información, descripción de los procesos de interacción y comunicación, los ritos, las normas, las creencias, los valores, las actividades, los mitos y las tradiciones. Notas, dibujos, fotos, mapas o croquis forman parte del diario.


 La imagen es la posibilidad de acceso al discurso del sujeto, a la reconstrucción de su tiempo y espacio vivencial. En su concepción de parte integrante de complejos procesos semióticos, con aportes trans-disciplinarios de lingüística y antropología (Semiótica de la Cultura), el análisis del tatuaje puede aplicarse a estudios de territorialidad o formación de hábitats, integrándose en la observación del lenguaje 'canero', o argot penitenciario. 

Como marca ejecutada en determinado contexto grupal, social, histórico y geográfico, el tatuaje está lejos de ser una decisión estrictamente individual. El análisis diacrónico reconstruye facetas o etapas de la vida del individuo, mientras que el sincrónico sistematiza y contextualiza simbologías y motivos estableciendo una geografía corporal (tela de araña-reclusión, sagrado corazón-sufrimiento, nombres de parientes cercanos entre rosas u ornamentos, o retratos, generalmente asociados a lealtad, amor, sacrificio o culpa).      


Antropológicamente ha de analizarse la visión dialéctica el tatuaje como texto estático y como texto dinámico. El tatuaje define su propio paradigma cultural, no significando, por ejemplo, lo mismo, en cuanto a función o relación intercultural, una representación similar en un lugar o en otro. Los tatuajes son signos que, desde la semiótica, pueden ser observados como códigos de carácter múltiple y heterogéneo. Las condiciones de producción varían, por tanto, de una cultura a otra imprimiendo características particulares dependiendo del lugar de origen. 

El tatuaje es un analizador de relaciones sociales, vínculos, deseos y fantasías personales o inconscientes, pero a menudo resulta también parte del diagnóstico criminológico en los penales. La criminalística ha clasificado la grafía del tatuaje y su práctica en función de temas, motivos, regiones o técnicas. Su evidente ayuda en la identificación forense del individuo lleva, a menudo, a un patológico interés en su clasificación, como ocurre, por ejemplo, en las brigadas de Información y Tribus urbanas de la Policía Nacional. Clasificación que, con frecuencia, tiende a interpretar el tatuaje en base a comportamientos psicopatológicos. 


La práctica del tatuaje como expresión cultural constituye un espacio donde confluyen dos tipos de memoria, una común, grupal o colectiva, y una individual, ámbito privado donde dibujo o texto responden a necesidades particulares o específicas, pudiéndose asociar su análisis a estudios de identidad. Signos perennes ejecutados como semiótica marca indeleble de múltiple interpretación. Las condiciones de recepción varían como el sentido exterior al interpretar la marca a través de variables, condiciones espacio-temporales de recepción. 

Algunos trabajos han tendido a sistematizar las causas de una práctica que alcanza al 80% de los reclusos en muchos penales. La prohibición de la práctica tatuatoria en numerosas prisiones constituye un obstáculo a que la práctica se realice en condiciones higiénicas enriqueciéndose, como expresión cultural, con mejores diseños y más perfeccionados. En algunos lugares se aplican castigos a los tatuadores sorprendidos trabajando, confiscándoles instrumental, diseños e información de todo tipo. Resulta por ello necesario ocultarse, jugando la clandestinidad un papel importante dentro de la subcultura carcelaria. Tatuaje como expresión de otro código de valores que regula la vida de los presos, pudiendo ser entendidos como códigos de adaptación y resistencia. Fundamento moral, no jurídico, que refuerza cohesión y pertenencia grupal, y fundamento práctico aplicado en tácticas de adaptación, marcarse con la funcionalidad de ser reconocidos. 

Son conceptos estrechamente relacionados puesto que siervos y reos se marcaron, cual bestias, mediante esta técnica desde muy antiguo. Tal marca, de por vida, indicaba en la antigüedad romana la pertenencia de un esclavo a la casa o estirpe de un propietario acaudalado. Asimismo, determinados tatuajes, ejecutados en zonas bien visibles de rostro o manos, sirvieron para indicar el tipo de delito por el que había cumplido condena o huido su portador. 

La palabra latina para designar el tatuaje, 'estigma', hace referencia a una marca de castigo producida por la incisión en la piel ejecutada con un objeto punzante. Al extenderse el cristianismo durante el Bajo Imperio Romano, se abandonó paulatinamente el tatuaje de legionarios, esclavos o acusados de sacrilegio, ya que se consideraba pecaminoso alterar un cuerpo diseñado a imagen y semejanza del creador. El emperador Constantino llegó a emitir un prohibitivo decreto, posición adoptada por varios credos religiosos hasta la actualidad, al que se atribuye buena parte de responsabilidad en la postrera marginación de un arte no pocas veces considerado propio de convictos o estibadores. 

El uso de tatuajes se generalizó desde finales del siglo XVIII entre marineros, algunos de los cuáles se embarcaban en largas travesías oceánicas con el propósito de evadir la justicia, aspecto influyente en el mantenimiento de su connotación negativa hasta tiempos recientes. 

En Japón, donde el tatuaje pudo penetrar hace más de 3000 años, se reservaba -en época Edo (finales del siglo XVI)- a los individuos que habían ejecutado los más horrendos crímenes. A finales del siglo XIX, el emperador Matshuito llegaría a prohibirlo, durante el Japón Meiji, para evitar extender una imagen incivilizada del país. Actualmente hay bastantes reticencias sociales con respecto a los tatuajes ya que, con mucha frecuencia, ha hecho uso de ellos la mafia. Erigiéndose heredera de la normativa samurai (código del bushido), la yakuza adoptó por costumbre tatuarse simbología mitológica, sobre todo guerrera. El tamaño y elaborada naturaleza del tatuaje es indicativo de filiación y capacidad del portador para soportar el dolor.


En el caso del llamado 'tatuaje siberiano' todo un lenguaje de 'body-painting' brinda notable información del individuo y los penales en los que ha estado recluído. Tatuajes voluntarios, por normativa o castigo. Así, por ejemplo, los tatuajes en la frente son señal de que esa persona ha fallado al grupo, ejerciendo como forma de humillación, delatando a soplones o violadores, aspecto muy ofensivo para los códigos de la mafia. Habituales estrellas, en parte delantera de hombros o rodillas, indicativo de rango o número de enemigos abatidos, tatuajes iniciáticos en el pecho, pudiéndose llegar a asesinar a portadores que no sean miembros de la hermandad, o alambres de espino, indicativos de cadena perpetua, se repiten con frecuencia en una mafia rusa con estrictas normas basadas en el principio de lealtad al grupo. No solo los símbolos, sino también el área del cuerpo en que se encuentren resulta de especial significación. 

Junto a saludos, códigos de palabras, banderas o graffitis, los tatuajes establecen comunes identificadores o distintivos diferenciadores para los “mareros”. El sentido de resistencia se expresa a través de la diferenciación, que en lugar de ocultarse se abandera planteando una pertenencia asumida ante otros grupos y la comunidad que rodea. Así pues, identificación y estatus son funciones asumidas por un arte que no otorga total libertad para realizarse, siendo ciertos tatuajes ganados a través de actos realizados en beneficio de las pandillas. Éstos pueden considerarse biografías de la vida de los mareros, méritos individuales colectivamente otorgados en eventos que, a menudo, supusieron la exposición de la vida de un individuo en nombre de un colectivo. Peculiares combinaciones de iniciales (M.S 13 o M. 18), con números arábigos, romanos, grafía gótica o nomenclatura de lenguas indígenas, y tatuajes que refieren experiencias individuales, como la vida en prisión, las alegrías o a las muertes, recorren, en forma de estigmas de identidad, el cuerpo de los mareros. Concepción de la realidad compartida por los miembros de la misma comunidad o grupo, conformando elementos propios de la identidad colectiva, como puede ser la idea de marginalidad creada en las personas que han estado recluidas. 

Mayoritariamente ejecutados durante estancias en el reformatorio, y después la prisión, los tatuajes “quinquis”, estrechamente relacionados con un argot hoy en fase de extinción, constituyeron uno de los más relevantes distintivos sociales externos para portadores de un inigualable sentimiento afectivo materno, con frecuencia acompañado de cinco legendarios puntos introducidos en la piel con un alambre al rojo y tinta china. Marcados entre los dedos pulgar e índice tales puntos venían a simbolizar la máxima “arriba la golfería, abajo la policía”. Común resulta, al respecto, encontrar pequeños tatuajes, basados en líneas o puntos, para ver si técnica o colorante funcionan.

leandro gado (copyleft)

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