sábado, 7 de abril de 2012

david koresh y la masacre de rancho waco

si dios no existiese habría que inventarlo
(voltaire, s. xviii)

Retomamos este apartado de personajes esquizoides y extraños de la historia con David Koresh, esquivo líder de la secta de los davinianos, que se hizo mundialmente célebre por el encierro, asedio y suicidio colectivo de los sitiados en Rancho Waco (Texas) entre el invierno y la primavera de un fatídico 1993. Como apuntes biográficos introductorios, este personaje viene al mundo en Houston en 1959 con el nombre de Vernon W. Howell. Sus padre, a quien no llegaría a conocer, tenía 20 años cuando fue engendrado, aunque desaparece pronto del mapa; su madre era una niña de catorce con no pocas obsesiones religiosas, lo que quizás contribuyera a que la infancia de  Vernon estuviera llena de inestabilidad y soledades, que irían modelando al pequeño enviado en un extraño e introvertido personaje, ajeno a los quehaceres habituales de los chavales de su edad. Se sostiene que fue violado por unos pervertidos jóvenes, a la tierna edad de ocho años, experiencia traumática para cualquiera. Disléxico y poco amigo de los estudios académicos, los abandona muy pronto, lo que no le impide memorizar el nuevo testamento con tan sólo once años. Su madre le introdujo en la Iglesia Adventista del Séptimo Día, hecho que explica su tempranísima afición a asuntos poco profanos. Dick Reavis incide en ello en su libro Las Cenizas de Waco: “La Biblia era su naturaleza. La relación de Howell con las Sagradas Escrituras era como la de un adicto a las noticias actuales con una colección de semanarios. Se sabía cada palabra de ellas y constantemente revivía sus proezas. Él hizo de la Biblia una máquina que funcionaba a la perfección”.


En 1981, con 21 años y una clara vocación mística  se muda a Waco, pequeña población de su Texas natal, donde conoce a los davinianos, un grupo religioso-sectario que provenía de Vara de Pastor, un cisma de los años 50 compuesto por otros adventistas ya expulsados de la congregación. El centro operativo de los davinianos era un rancho a las afueras del pueblo llamado Monte Carmelo, en alusión al legendario lugar bíblico donde se originó la orden carmelita. Era un sitio lo bastante aislado como para poder realizar sus secretas actividades  sin  molestias de periodistas, fisgones o nunca bien recibidos policías. 

A mediados de los 80 viajó a Israel con un puñado de adeptos de la orden, hecho que cambió su vida, y durante el cual se supone tuvo la revelación profética de lo que habría de ser su destino en este valle de lágrimas.

Poco después de su llegada, y gracias también a los favores sexuales prodigados con la entonces lideresa de los davidianos, la septuagenaria Lois Roden, pugnará por el liderato de la órden con su hijo, quien debía ser el sucesor natural. Vernon se había presentado al grupo como el profeta enviado para dirigir el cotarro, y aunque fue obligado a abandonar el rancho por las armas de su rival, no lo hizo solo, y en torno a veinticinco seguidores le acompañaron a Palestine, a 140 kms de Waco, donde improvisaron un campamento y planificaban su regreso. En precaria situación se mantuvieron en este rancho de campaña, aunque no le faltó tiempo para ganar nuevos adeptos, reclutados desde Australia, Israel o la costa oeste americana con los que poner a prueba sus artes manipulatorias. 

Texas era el sitio perfecto para hacerse con un buen arsenal de forma lícita y Vernon y los suyos reconquistaron de nuevo el rancho por las armas y se hicieron fuertes, aislando la fortaleza del mundo exterior. Intramuros, nuestro protagonista estaba rodeado de un buen número de seguidores de ambos sexos, adultos y niños. Había constancia de gastos por parte de la secta de 250.000 dólares en armas, metralletas, lanza-granadas y subfusiles de asalto incluidos, cuando empezaron a correr rumores de abusos sexuales a menores, la justicia, encarnación de un mal que se interponía en los designios divinos del grupo, se empieza a interesar por los davidianos, el joven y carismático Howell y comienza el cerco. En Waco, reconvertido en fortín y con todos los víveres necesarios, nuestro retorcido mesías -recuperado el liderazgo que como profeta le correspondía- hace arengas de la llegada del momento decisivo para el nuevo despertar. En 1990 decide modificar su nombre por David Koresh, más digno de su supuesta relevancia mesiánica. David, nombre del patriarca bíblico, y Koresh por el rey Ciro, que fue quien permitió a los judíos regresar a la hoy sangrante tierra prometida.

El mensaje davidiano consistía en una otorgación divina del don de la profecía, según una particular revisión de la  biblia, coincidiendo con el fin de los tiempos, tema recurrente hasta el hartazgo en sectas y religiones desde tiempos inmemoriales. Casualmente, este don de la profecía le fue dado a una tal Ellen G. White, que se puede considerar pionera, muerta en 1915, y tras cuya huella aparecerían numerosos aspirantes a profeta, como lo fue -unos cuantos años antes que Koresh- Victor T. Houteff, destacado pastor adventista. Tras las luchas de poder por el control de la secta, Koresh será el sucesor de la herencia de estos profetas. 

En lo referente a las actividades que se llevaban a cabo en el interior del rancho, poco se sabe, aparte de declaraciones posteriores de ex-davidianos o supervivientes del asalto. los hombres debían mantener el celibato como prueba de fe. David podría tener cualquier mujer que Dios le diera, comentó alguna vez Clive Doyle, uno de los sobrevivientes de Waco. Lejos de la abstinencia, Koresh se garantizaba el derecho de pernada con las féminas del grupo sin rivalidad. Estas medidas implicaban altas dosis de anulación de personalidad de posibles rivales, lo que provocó deserciones masculinas. Según Koresh, Dios le llamó a encabezar a los davinianos en la construcción de un Ejército de Dios. El reino de los cielos sólo acogería a los elegidos, relegando a los no creyentes al ignominio de las tinieblas. El día elegido les sería revelado a través de nuestro particular 'guerrillero de Dios' de segunda fila de la más profunda y ultra-católica  América.


El 28 de febrero las fuerzas policiales irrumpen en Waco, legitimadas por las acusaciones llevadas a trámite de tenencia ilícita de armas y pedofilia, y se produce un tiroteo bilateral con cuatro maderos muertos frente a diez davidianos caídos, primeros elegidos para el martirio. A partir de este enfrentamiento, con Waco acorralado ya se empieza a intuir un fatal desenlace, y Koresh prepara a los suyos para la más que previsible llegada de la ansiada transmutación. 

El caso Rancho Waco se convirtió en un asunto globalmente mediático. Era lo suficientemente atractivo para atraer el interés general: sectas, armas, mensajes apocalípticos, sexo y niños, secretismo, despliegue militar... Agencias de información, periodistas y corresponsales de varias decenas de países se agolpaban en los alrededores de Monte Carmelo a la espera de que se produjera algun hecho noticiable. La gente podía seguir en los telediarios, mientras almorzaba, las desventuras de los davinianos y los denodados esfuerzos -muy cuestionados por quienes veían en la operación un mero propiciador para la tragedia- de la policía para evitar matar a los sitiados, y el propósito de capturar a Koresh con vida, algo que se sabía más que improbable.

El 19 de abril, después de dos meses acorralados, se produce el ataque definitivo de un rancho en llamas, y ante el dantesco hallazgo de cadáveres carbonizados se encontró el de Koresh con un tiro en la frente. El origen del incendio fue motivo de controversia. Probablemente fuera intencionado, como una forma rápida y económica de auto-aniquilación colectiva. Otras fuentes periodísticas hablaban de que fue motivado por el vuelco de una tanqueta de asalto que provocó el fuego trasladado al interior del rancho por el queroseno derramado. Algunos de los escasos supervivientes alegaron que fueron las granadas de gases lacrimógenos utilizados durante el sitio las que propiciaron la apocalíptica barbacoa humana.

El balance total de muertos, desde que comenzara el asedio hasta el fatídico día 19 -casi dos meses después- fue de 69 adultos y 17 menores, buena parte de ellos calcinados aunque -algo habitual en los manipuladores grupos mediáticos norteamericanos- no se aportó información detallada sobre el caso, silencio que no hace sino aumentar las sospechas sobre la gestión de los hechos y multiplicar las dudas sobre la verosimilitud de la versión oficial. 

En una entrevista a davinianos supervivientes de la tragedia -publicada por CNN México en 2011- numerosos adeptos que seguían en activo en la secta afirmaban seguir creyendo que Koresh era una encarnación de Dios. El ya mentado Clive Doyle, uno de ellos, afirmaba que su hija de 13 años era por entonces una de las concubinas de Koresh, sosteniendo que, pese a la edad, ella tenía la suficiente madurez para tomar esa decisión por sí misma, y que, aunque al principio dudó de las verdaderas intenciones de David, enseguida aparecía éste biblia en mano para explicar al confundido progenitor en qué versículo de la biblia se consentían dichos actos, algo que, entre la propia ambiguedad de los pasajes bíblicos y los profundos conocimientos que tenía este gran manipulador de conciencias, no le costaría demasiado esfuerzo. Po su parte, Doyle sigue siendo un davidiano convencido y su concepción de Koresh como un elegido no ha cambiado en absoluto.


Dos años exactos después del desenlace de Monte Carmelo estalla un artefacto en el edificio federal Alfred P. Murrah en Oklahoma City, un 19 de abril de 1995. Era el atentado más grave de la historia norteamericana hasta el 11 de septiembre de 2001 y fallecerían en el mismo 168 personas y casi 700 heridos. Un tal Timothy McVeigh, militar zumbado y apasionado por las armas hasta lo enfermizo, hacía estallar un camión bomba frente a la sede federal mencionada. Uno de los motivos que llevó a Timothy a perpetrar la matanza fueron los sucesos de Waco, que había seguido muy de cerca, pues había visitado el rancho y durante una entrevista había declarado que rechazaba las acciones del gobierno, posicionándose en todo momento del lado de los atrincherados. Es importante señalar que amplios sectores de la población yanki no apoyaron o denunciaron la intervención y la contundencia policial en Monte Carmelo. Volviendo a McVeigh, la gravedad del atentado, y el lugar elegido -en un estado sureño no precisamente piadoso con asesinos- condujeron a que fuera finalmente condenado a la pena capital, por inyección letal, aplicada en 2001 en el estado de Indiana. Entre las víctimas de ambos, mártires unos y desafortunados otros, superaban los 250. Seis años después del armagedon davidiano apareció brutalmente apuñalada la madre de Koresh en Chandler (Texas), y su propia hermana -tía del por entonces ángel caído- fue acusada y procesada por el sangriento asesinato. La muerte, amigos, como la vida, siempre se acaba abriendo paso.



si dios existiese habría que suprimirlo 
(mijail bakunin, s xix)


arzobispo makarios, 2012. copyleft

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