Estallaron terremotos violentos y diluvios, los guerreros se hundieron. En un solo día y una sola noche, la isla, que era Atlántida, fue engullida por el mar…
Difícilmente pudo imaginar Platón, al escribir sus famosos diálogos (Timaios o de la Naturaleza y Critias, o de la Atlántida), los miles de artículos y libros generados por sus descripciones de ese fabuloso continente perdido que nadie encontró nunca. Haciéndose eco de lo transmitido a su antepasado, el legislador ateniense Solón (560 AC), por unos sacerdotes egipcios, Platón describió la Atlántida como un lugar que había existido. No siendo ello óbice para que la mayor parte de los historiadores lo consideren un recurso dialéctico que usa una alegoría para transmitir un mensaje moral: la ambición desmedida conduce a los seres humanos a la tragedia.
documental sobre la Atlántida (50 min.)
Platón otorgó a la isla una extensión relativa (más grande que Libia y Asia juntas), entendiéndose por Asia Menor. Habla también de la existencia en ella de buen número de elefantes y un extraño mineral, el oricalco. La narración de los trabajos resulta formidable, dándose precisas descripciones de murallas, puentes, puertos o canales concéntricos que rodeaban la ciudad principal. Las mediciones se dan en estadios griegos, equivalentes a unos doscientos metros cada uno. El universal filósofo no llevó a cabo, sin embargo, un compendio de geografía, sino que narró una guerra con Grecia supuestamente acaecida 9000 años antes de la era. También una gran catástrofe medioambiental.
Un sacerdote egipcio contó a Solón que la Atlántida se fundó mil años antes de Egipto. La tendencia a retrasar las fechas de ciertos acontecimientos, innovaciones o paradigmas, se convirtió así en una de las razones de ser de románticos aventureros, como los alemanes Schulten o Schliemann, que escribieron gloriosas y expoliadoras páginas de la arqueología decimonónica, descubriendo la Troya de Homero y la poderosa civilización micénica de Agamenón. Se convertía así en historia oficial lo que, hasta entonces, era solo poesía épica.
Platón, al cantar las maravillas de la ciudad desaparecida, u Homero, antes que él, al evocar en la Odisea la fabulosa Scheria, describen tal vez la opulenta Tartessos de Argantonios (rey o dinastía de reyes de la plata). Tartessos fue una próspera civilización protohistórica del sur de la Península Ibérica que llegaría a su ocaso a inicios del siglo V antes de la era, quizás por una sobreexplotación de sus recursos metalíferos o por el decaimiento del influjo y la interacción comercial focense y fenicia, dando lugar al horizonte cultural turdetano. Tenía su centro en una rica ciudad minera, aun sin ubicar, probablemente emplazada en la desembocadura del río Guadalquivir, siendo a menudo identificada con la Tashih bíblica de Jonás y término de su viaje.
Los geólogos identificaron con el nombre de Atlántida la región terciaria del Atlántico, de la cual son restos las Canarias de los Guanches, la isla de Madeira o el archipiélago de las Azores. La propia Groenlandia, sin duda dotada de un clima más benévolo en la antigüedad, ha sido igualmente asociada al sexto continente al que incluso se ha llegado a identificar con la Antártida.
Tres ejes vertebran la ingente rumorología historiográfica que nos ocupa. Junto a supuestos contactos entre Europa y América en la antigüedad y la “civilización megalítica”, que habría cubierto la vertiente atlántica europea con enigmáticas construcciones monumentales, la erupción de un volcán en una isla del Egeo, hoy conocida como Santorini, es la hipótesis más plausible para dar algún tipo de validez histórica al mito. Tal cataclismo, acaecido en torno al siglo XVII antes de la era, fue de proporciones similares a una explosión atómica. Se abrieron trincheras gigantescas en el fondo del mar, denominándose, desde entonces, “quemado” el archipiélago que junto a Tera, la isla mayor, incluía tres islas más. La ciudad de Akrotiri fue sepultada por las cenizas.
Platón habría llevado excesivamente lejos, en el tiempo y el espacio, su Atlántida, que se encontraría -según esta vía explicativa- cerca de la propia Grecia y no más allá de las columnas de Hércules. Tal lugar del Egeo, como recogía su relato, había guerreado contra la zona continental, donde entonces emergía la civilización micénica. La erupción volcánica, y el consiguiente seísmo, destruyeron la isla e indirectamente el talasocrático Imperio Minoico y las sociedades cicládicas, que tenían en la Creta de los palacios laberínticos, como Cnosos, Festo, Zakro o Hagia Triada, su centro principal.
Los indicios de que buena parte de la Odisea supone un continuo viaje por el Atlántico no resultan infrecuentes en el relato homérico. Descripciones geográficas y naturales que recuerdan, en ocasiones, a los trópicos y el continente americano. Aunque Sudamérica parece un lugar extraño para buscar la Atlántida, alberga no pocas civilizaciones antiguas perdidas. Algunos dicen haber probado la navegación transoceánica en la antigüedad, cuestión que ha desatado ríos de tinta, y hasta el comercio del hemisferio sur del continente americano con Fenicia o el propio Egipto, donde se origina después el mito de la Atlántida.
Algunos historiadores antiguos situaron esta legendaria tierra en el norte de África. Las pinturas y grabados rupestres de Tassili, en Argelia, ocultan desde inicios del Neolítico un prodigio artístico equiparable a Altamira o Lascaux, con enigmáticos personajes y representaciones. La investigación en el Valle del Nilo y el norte de África ha detectado una tendencia a la desertización de zonas que tenía un clima mediterráeo hace 10 o 12.000 años. El caudal del Nilo se vio netamente disminuido, fijando su curso entre el 12 y el 7000 antes de la era, reduciéndose la zona fértil inundada por éste. Marruecos se encuentra más allá de las columnas de Hércules y allí se ubica el Atlas, poderosa cadena montañosa que recibe su nombre del titán que sostiene la bóveda celeste en la mitología griega. Atlántidas serían las hijas de éste, identificadas con las Hespérides, de los trabajos de Hércules, y más conocidas por Pléyades. El extremo noroccidental del continente africano es además el reino de los tuareg.
Las grandes construcciones megalíticas, probablemente asociadas a la astronomía, que han perdurado profusamente en el Atlántico europeo desde el VI milenio antes de la era, han sido defendidas como la porción continental de un gran Imperio Atlántico no desaparecido en su totalidad tras el cataclismo. De igual modo, kilométricos canales y alineamientos prehistóricos en las islas británicas se han venido a relacionar también con el mito atlante.
Ariosofismo y teosofía consideraron, desde fines del siglo XIX, a hiperbóreos y atlantes los primeros representantes de la humanidad. Tal teoría se imbricaba en una progresiva degradación espiritual de las razas, cuyo punto de inflexión sería el advenimiento de los arios, de connotaciones y consecuencias por todos conocidas. El romanticismo racista germano situaba en una casta sacerdotal, originaria de la Atlántida, el origen de dicha inflexión y alimentará el mito de una sofisticada civilización aria con poderes sobrenaturales, hoy olvidados, que se perdía en la noche de los tiempos. Lemuria era otra primigenia isla perdida, en algún lugar del Océano Índico, entre Madagascar y Malasia.
Llegados es este punto, la ubicación de la Atlántida, supuestamente desaparecida en un cataclismo acaecido a inicios del holoceno, perdería algo de relevancia en detrimento de su significación. Y la leyenda fascina por una idea fundamental: ¿es la civilización más antigua de lo que suponemos?
La respuesta resulta obvia a los ojos de la arqueología oficialista, que ha otorgado al relato el más absoluto desprecio científico. Sin embargo hay quien piensa que Mohengo Daro y Harappa, en el Valle del Indo, El Obeid, luego Sumeria, en Próximo Oriente, o Chatal Hüyuk, en Anatolia, son solo la punta del iceberg en este asunto. En ocasiones, periodos fecundos de la historia han sido ciertamente sucedidos por otros oscuros, decadentes o quizás no suficientemente conocidos ni adecuadamente interpretados.
No habría de resultar indigno considerar ciertas similitudes entre las antiguas nociones científicas y nuestras realizaciones tecnológicas actuales, que resultan, cuanto menos, curiosas. Resulta difícil asumir argumentos que nos saquen de una historia lineal, en la que el momento actual representaría un cenit tecnológico, aunque pocos podrían negar brillantes días pretéritos de ciencia teórica. Quizás la capacidad técnica de la antigüedad y la prehistoria final ha sido subestimada. Y aunque tal afirmación pueda sonar a “literatura de Metro”, por el sensacionalismo y la poca seriedad con la que autores, cuando menos dudosos, han afrontado tal disyuntiva, la Atlántida pervive en el tiempo como una historia jamás contada. Y quizás mitos así son imprescindibles para la humanidad.
LA ATLÁNTIDA Y EGIPTO
El relato de la Atlántida es originario de Egipto, país que supuestamente habría recibido el legado de ésta e incluso acogido a sus supervivientes, que habrían sacado al Valle del Nilo de la Edad de Piedra. Así, los atlantes serían identificados con el panteón divino egipcio, dentro de la ancestral tendencia a divinizar antepasados míticos. Lo más sugerente de tan apasionado difusionismo cultural, quizás recaiga aquí en la Meseta de Guizeh, a pocos kilómetros del gran Cairo. Son muchos los interrogantes que la arqueología oficial no ha explicado de forma convincente, en relación a lo allí planificado y materializado, en base al uso de la tecnología de la que se disponía en época calcolítica. O lo que es lo mismo, el breve lapso temporal entre la choza de papiro y la pirámide de Keops.
Las crónicas ramesidas transmiten como los egipcios son puestos en jaque por los conocidos como 'pueblos del mar', que piratearon a lo largo y ancho del Mediterráneo desde el siglo XIV antes de la era, y cuyo origen no ha sido aclarado del todo. Tales gentes se han venido a relacionar también con vestigios de la Atlántida, aunque probablemente su aparición esté relacionada con convulsiones acaecidas en el Mediterráneo desde mediados del segundo milenio, inestabilidad relacionada, directa o indirectamente, con la catástrofe de Tera.
LOS HIPERBÓREOS
Los primeros en alimentar el mito de la Hiperbórea fueron, cómo no, los griegos al evocar la “tierra del sol eterno”. Piteas de Massalia navegó, a inicios del siglo IV a.n.e, hasta territorios que lindaban con el Círculo Polar Ártico y aunque, a lo largo de la Edad Media, la isla de Thule era considerada última, extrema, inhóspita y brumosa, para los griegos sus habitantes eran grandes seres de piel blanca y cabello dorado, emparentados con ellos de algún modo. Por ello les denominaban hiperbóreos y Diodoro les asignó una isla tan grande como Sicilia, asociada a Escandinavia o quizás a Islandia, que sería así identificada con la isla de Oggia.
Hesiodo sitúa el paraíso terrenal en el noroeste del Océano Atlántico y Plutarco, en sus diálogos, se sirve de Silas para decirnos que esta isla se encontraba a 5 días de navegación de Britania. Luego de haberse establecido los vikingos, Islandia y los lugares próximos continuaron rodeados de las tradiciones más fabulosas. Los diestros marinos escandinavos salían a la mar temiendo encontrarse con embarcaciones fantásticas, los Wafweln, movidas por llamaradas y cuyo paso desencadenaba un pavoroso torbellino.
R. CRUZ DIC 2007. copyleft
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