miércoles, 30 de noviembre de 2011

el fin del mundo

Pavor ancestral y altas dosis de escepticismo aderezan una cuestión presente en la imaginería universal desde los albores de la propia historia: el ocaso de ésta tal y como la conocemos. En los últimos siglos, no pocos catastrofistas sustentaron la idea de un gran cataclismo próximo, con frecuencia en base a confusos paradigmas pseudocientíficos. Así, desastres cósmicos, cambios en la actividad solar, catástrofes naturales, drásticos cambios en el clima, origen de mega tsunamis o virulentas erupciones volcánicas, un conflicto bélico de magnitud mundial, o la propia superpoblación humana y consiguiente agotamiento de los recursos naturales terrestres, han resultado vías no poco barajadas en el, a menudo sensacionalista, abordaje de la cuestión.


El “ocaso de los dioses” es una constante presente en el repertorio cultural y religioso de buen número de pueblos, del Ragnarook vikingo al fin del mundo maya, pasando por la segunda venida del dios cristiano. La inmensa mayoría de credos conciben la existencia de un principio y un fin, éste último generalmente ubicado en una especie de Juicio Final, presidido por la deidad de turno. 

La literatura apocalíptica cristiana surgió en tiempos de persecución, en los que se hacía necesario reforzar la fe, tratándose de interpretaciones, en clave de historia, caracterizadas por el enigmático empleo de símbolos, metáforas y alegorías. El Apocalipsis, último libro del Nuevo Testamento, escrito entre finales del siglo I e inicios del II y tradicionalmente atribuido a San Juan, narra los acontecimientos que supuestamente se producirán en  los últimos días del mundo. En el capítulo 16, versículo 16, del único libro bíblico de carácter  netamente profético, aparece, como sinónimo de desastre fatal o fin del tiempo, el término Armagedón. 


"y los congregó en el lugar que en hebreo se llama Armagedón (...)



(...) entonces fueron hechos relámpagos y voces y truenos; y hubo un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no fué jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra"
Apocalipsis (cap. 16, vs. 16 y 18)

De forma evidente, los que profetizaron el fin de la humanidad erraron en su negativo pronóstico, aunque algunas predicciones sí se cumplieron en cierto modo. Las visiones apocalípticas se han repetido en los albores de cada siglo y con mayor intensidad en los dos cambios de milenio que han tenido lugar en la era cristiana. Las jornadas previas al año 1000, el oscurantista terror popular a una breve liberación de Satanás que desatará el fin de los hombres, en forma de última batalla entre el bien y el mal, se extendió entre la cristiandad, multiplicando vertiginosamente el número de peregrinos encaminados a lugares santos a purgar o expiar culpas. Jerusalén, Roma o Santiago de Compostela fueron testigo de un intenso movimiento de reconversión y perdón de pecados para los que la iglesia diseñó un amplio abanico de rentables indulgencias que garantizaran la ansiada salvación. 

La creencia que situaba el fin del mundo en torno al año 2000 se basó inicialmente en los 6000 años de duración otorgados por el obispo británico Usher, a mediados del siglo XVII, a un mundo que supuestamente había sido creado por Dios en el 4004 a.n.e.

calendario maya


La cosmología maya fija, en siete profecías, el “fin de los días” para el sábado 22 de diciembre de 2012, coincidiendo con el nacimiento del 'Sexto Sol'. Tal fecha marcaría la alineación de nuestro planeta y el astro rey con el centro de la galaxia. El saber religioso tenía un papel esencial en la ciencia maya, debiendo encontrarse los humanos en equilibrio con todo el universo. Hemos de reverenciar la precisión calendárica de esta compleja cultura precolombina mesoamericana, madura hacia el siglo IV de nuestra era, que entendió que el Sistema Solar al completo se movía en una elipse que lo alejaba o aproximaba al centro de la galaxia. En un último cataclismo, el mundo habría sido destruido por una gran inundación, de cuyos escasos supervivientes, que habrían reiniciado la civilización en el 3113 ane, se hacían descender los mayas. 


Con una sofisticada medición, casi en sincronía al año solar, su concepción cíclica de los astros y su repercusión en los procesos universales llevaban a concebir un nuevo desastre en el momento en que la humanidad se encontrara en el último nivel, o katun, del actual ciclo solar. Éste constituiría un nuevo peldaño en la evolución de la consciencia colectiva de la humanidad, en un teórico camino a la perfección determinado por el carácter cíclico e invariable de los procesos cósmicos. El disco solar, Kinich-Ahau, resultaba así considerado un ente vivo, cuya influencia incide en un desplazamiento del eje de rotación de la tierra acaecido cada 5125 años. 

El calendario que autoubicaba a los mayas en un Quinto Gran Ciclo Solar, dejó de emplearse en el siglo XVI, siendo reconstruido, en medio de no pocas divergencias entre investigadores, tras los relevantes hallazgos arqueológicos acaecidos a fines de la pasada centuria. Por otro lado, el fin marcado para este calendario no tuvo necesariamente que ser entendido como el fin del tiempo por los propios mayas, como su momento de inicio tampoco tendría porque marcar el arranque histórico de esta heterogénea cultura. 


Tras siete siglos de intenso desarrollo urbano y científico, los mayas abandonaron súbitamente colosales templos y populosas ciudades, invadidas por la selva hace más de mil años. Quizás la influencia climática en la agricultura del área maya resultó determinante, como lo fue en otros lugares. La humanidad pudo haber vivido ya varios ciclos antes, y, como cuentan las profecías mayas, otro gran ciclo estaría ahora a punto de concluir. Podría darse también el caso de que la parafernalia fatalista, en torno al calendario maya, no constituyera más que otro alarmista mensaje en la línea del célebre efecto 2000

Algunos cálculos sostienen que al ritmo actual de crecimiento poblacional y sobreexplotación de algunos recursos del planeta, éste rozará el límite en pocas décadas. El aumento de la población urbana, que supone en la actualidad en torno a un 75% de los habitantes de la tierra, redunda en un muy notable crecimiento de la contaminación atmosférica y el consumo global de recursos energéticos y alimenticios, reduciendo además la extensión de terreno cultivable y generalizando el hambre y la pobreza. El temor al estallido de un pequeño conflicto, quizás en un lugar remoto, que degenerara -fracasada la diplomacia, en la concatenación de imprevisibles acontecimientos culminados en una conflagración de carácter mundial- es una imagen visiblemente repetida a lo largo y ancho de nuestra exigua existencia. El aumento de la temperatura global y los gases invernadero podría (de hecho ya lo hace) llegar a alterar el clima de algunas regiones en las próximas décadas, con los consiguientes movimientos poblacionales, éxodos, conflictos, hambrunas y, en definitiva, colapso de los sistemas sociales vigentes. Sin llegar a suponer el fin de la humanidad como tal, dichas circunstancias tendrían un efecto devastador quizás nunca antes conocido por ésta.  

Ciertamente al vanidoso y endiosado homo sapiens le cuesta desvincular, en su ardua búsqueda de respuestas, el fin de la tierra de lo que probablemente solo será el fin de su desequilibrado e injusto mundo. Ello por mediación, o no, de impactos meteóricos, desastres nucleares, derretimiento de los polos, fuego purificador, contactos con mundos extraterrenos, agujeros negros engullendo la tierra, futuras rebeliones de maquinas, o fatídicas pandemias globales reminiscencias, en forma de Sida, Ébola o quizás Ántrax, o de la arrasadora peste negra que eliminó a uno de cada tres europeos en el siglo XIV. 

El fin del mundo ya ha tenido lugar unas cuantas veces, sepultando gloriosas y decadentes civilizaciones que presenciaron su particular diluvio universal, o cataclismo de turno que, sin duda, supuso el fin de su mundo conocido. Sin embargo, los auténticos finales, a buen seguro, los constituyeron las siete extinciones masivas que en eras remotas cercenaron el devenir de buena parte de las especies vivas de un planeta del que hoy, solo temporalmente y en usufructo, formamos parte la presuntuosa humanidad. Una especie que, lejos de dominar por completo su entorno, se ha encontrado ya otras veces en peligro de extinción. Una especie quizás con las horas contadas.   




Michel de Nôtre-Dame 
(Nostradamus)

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::NOSTRADAMUS Y EL FIN DEL MUNDO:: 

Publicadas en 1555 y estructuradas  en 10 volúmenes, o centurias, de 100 cuartetos cada una, ninguna del casi un millar de profecías, enunciadas en versos netamente crípticos por el médico, astrólogo y erudito francés Michel de Nôtre-Dame, auto-latinizado en Nostradamus, refiere explícitamente el fin del mundo. En el cuarteto 74 de la centuria 10, sí predijo un cataclismo en torno al año 1999, coincidiendo con el ascenso del 'tercer Anticristo', también una cruenta guerra de 27 años de duración en torno a esa fecha, seguida de una hambruna global.   
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::EL TERROR DEL AÑO MIL::

Durante los meses previos al año mil, y recién cristianizada la totalidad del continente europeo, la sucesión de calamidades, propias de la sociedad del momento, se interpretaron como precursoras de un gran desastre final, coincidente con la segunda venida de un Cristo justiciero. No obstante, la iglesia no conserva ningún texto, incluidas las bulas de los pontífices Gregorio V y Silvestre II, que reflejen el pánico social históricamente atribuido a los últimos días de 999. 
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::LA PROFECÍA DE LOS PAPAS::

Nombrado obispo en 1124, el santo irlandés Malachy O´Mongoir (San Malaquías), predijo, según publicó el benedictino Arnold de Wion en 1595, un total de 112 papas antes del fin de la iglesia cristiana, ocaso que coincidiría con el ascenso de un “antipapa” y acaso con el fin de nuestro mundo. La divisa de este último pontífice, de nombre Pedro II “el romano”, rezaría: 


“et Judex tremendus judicabit populum” 
("y el Juez terrible juzgará al pueblo").


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::LA AMENAZA NUCLEAR:: 

La energía nuclear ha sido empleada, al menos en dos ocasiones, para exterminar comunidades humanas enteras. Se trata de una estremecedora amenaza alumbrada en la década precedente a la Segunda Guerra Mundial, infausto acontecimiento que precipitó y prostituyó la orientación de la investigación científica al respecto. Aunque la amenaza de una guerra nuclear, a escala global, es  hoy algo muy improbable, quizás no lo es tanto el uso de estas armas por fanáticos o incluso un estado descontrolado que las emplease contra otros, o en su propia defensa en caso de amenaza exterior.  

Recreación gráfica de una escena de 
La Guerra de los Mundos de H. G. Wells


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::EL ARMAGEDÓN EN LA FICCIÓN::

Tras un acercamiento del cine mudo al tema en 1922 (El Fin del Mundo), y las amenazas marcianas, nucleares o la propia Guerra Fría, relanzadas por la serie B en los cincuenta a través de títulos como La Guerra de los Mundos (1952), basada en la celebérrima novela de H.G Wells, o La Humanidad en Peligro (1956), cuatro décadas más tarde se retoma, con cierta intensidad, el plausible desastre universal. Ello a través de taquilleras superproducciones hollywoodienses como Independence Day (1996), Armagedón (1998), El Fin de los Días (1999), o El Día de Mañana (2005). La opulenta revisión del clásico de 1951 Ultimátum a la Tierra se estrena en el último mes de 2008 de la mano de Roland Emerich, cuya producción 2012, basada en el Apocalipsis maya, constituye la más reciente aproximación de la gran pantalla a la cuestión. 


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Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre;

y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento.

y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar.

y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes;

y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero;

porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?





(Apocalipsis 6, 12-17)


Leandro Gado (copyleft)

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