La semántica es la rama lingüística que se encarga de los aspectos relacionados con el significado de palabras, signos, frases o expresiones. La lengua es compleja y cambiante, sensible al paso del tiempo, a las modas, al devenir histórico o a las transformaciones sociales. Esto la hace volátil y fácilmente maleable al servicio, entre otras cosas, del consenso, la normalización, la aceptación o la repulsa de determinadas ideas o actuaciones. Un mismo término puede ser utilizado en su sentido formal, pero también en sentido metafórico o peyorativo según convenga a determinados registros conversacionales o a intereses concretos. Que su uso nada tiene de inocente es algo fácilmente demostrable si nos molestamos en poner un rato el televisor, sintonizamos la radio o leemos con un mínimo de atención crítica cualquiera de los periódicos generalistas, al servicio todos ellos, con mayor o menor descaro y desfachatez, de algún grupo económico o político. De hecho, casi nadie está libre de la utilización de expresiones más o menos desafortunadas, a menudo de forma inconsciente, sin reparar en por qué motivo lo hacemos o quienes son los beneficiarios de su normalización.
para manipular eficazmente a la gente es
necesario hacer creer a todos que nadie les manipula.
(john kenneth galbraith_economista)
Goebbels ya demostró que aquella máxima del 'miente que algo queda' de su aparato propagandístico del nacionalsocialismo alemán podía hacer de la patraña un dogma de fe entre un populacho sin más alternativas informativas. El lenguaje se ha convertido en un arma más de perpetuación de un poder que, cada vez de forma más apremiante, se ve obligado a maquillar cuando no invertir o desarmar descaradamente el sentido de las palabras para ayudar a deglutir medidas y políticas que no pasarían el filtro de lo soportable de cara al sentido común sin la ayuda de estos subterfugios lingüísticos y eficaces trucos de ilusionismo semántico. Los mass-media, mal llamado Cuarto Poder, serán el vehículo perfecto para expandir y establecer esta semántica entre la población. George Orwell, en esa novela alucinante y premonitoria llamada 1984 hablaba de la existencia de un Ministerio de la Verdad, encargado de acuñar y grabar en el imaginario colectivo expresiones como Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud o Ignorancia es Poder, juegos de manipulación lingüística que han pasado de la ficción distópica más visionaria de hace más de 50 años a la más cruda realidad en estos tiempos inciertos.
Pocas palabras se han deformado tanto desde el punto de vista semántico como libertad. Tanto ha sido así que ser liberal hoy viene a significar más o menos lo contrario de lo que en un principio venía significando. El propio término neoliberalismo, que no consiste sino en la libertad de los gestores de los mercados de hacer una repartición muy sui generis del dinero existente y sobre todo del no existente, ha invalidado el término de modo irreversible. Se cree que la primera representación escrita del concepto de libertad era la expresión cuneiforme sumeria Ama-Gi cuya traducción literal sería Volver a la Madre. En castellano, proviene del latín libertas-atis. Curiosamente, el inglés freedom, viene de una raíz indoeuropea que significa amar, de la que también proviene afraid de miedo, en contraposición a la primera. Quizás esta última acepción se ajuste mejor a la que se nos quiere vender en la actualidad.
Otros términos manidos hasta el hartazgo son 'Estado de Derecho', 'Estado de Bienestar', conceptos cuya definición se ha ido moldeando y adaptando a los discursos oficialistas del átono bipartidismo. La descontextualización de términos que los políticos se atribuyen como medallas, puede llegar a extrangularlos hasta su total aniquilación, como también ocurrió ya hace tiempo con la hoy repulsiva palabra democracia, ya reducida a cenizas.
Populista, según la RAE, perteneciente o relativo al pueblo. Durante la última etapa del siglo XIX en Rusia se llamó así un movimiento político que aspiraba a un gobierno socialista a manos del proletariado y los campesinos. El concepto es utilizado peyorativamente para designar a los políticos generalmente de izquierdas que prometen e incumplen medidas que les hagan granjearse el beneplácito, la simpatía o el favor popular. En principio es un término que debería tener connotaciones positivas en estados que se autoproclaman 'democráticos'. Lejos de ello, equipara léxicamente lo popular con una cualidad negativa. Así se pretende ridiculizar e invalidar todo discurso que se oponga a un supuesto `interés general', impuesto en silencio por el imperio del dólar. En los medios al servicio del poder se utiliza casi siempre vinculado a los satanizados hasta lo obsesivo regímenes cubano y venezolano, de quienes sólo nos llegan sobredimensionadas, cuestionables o directamente delirantes noticias acerca de estrecheces económicas, supuestas cuentas en Suiza y represión de disidentes y presos políticos, estando la palabra 'dictadura' presente en una de cada dos frases. Sin embargo no se usa jamás para denominar a los regímenes de buenos socios económicos como China o Arabia Saudí, estados que defecan sobre los derechos humanos día sí, día también sin que los analistas políticos oficiales de turno pongan el grito en el cielo.
'tenemos dos orejas y una boca
para escuchar el doble de lo que hablamos'
(anónimo)
Otra palabra que se convierte con facilidad en un arma ideológica arrojadiza es demagogia (Del griego δημαγωγία). Según la RAE es la práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. Siempre suelen ser tachados de demagogos, con razón, los políticos de la izquierda institucional y socialdemócrata, con sus discursos reformistas claramente enfocados a ganarse el voto de sectores indecisos o desfavorecidos. El concepto de demagogia esconde, no obstante, una trampa semántica, pues de hecho pretende invalidar cualquier discurso que provenga de abajo y denuncie o ataque a los mandatarios. Sin embargo, la derecha nunca es demagoga. Nunca se tachan de demagogos los nombres de Partido Popular o Libertad Digital, cuando la utilización de los vocablos 'popular' y 'libertad', contradictorios con sus propios delirios privatizadores y elitistas, solo buscan la confusión de conceptos e ideas y son un acto de demagogia en sí mismo. Tampoco sus discursos electorales con un surtido multirracial de jóvenes sonrientes detrás son, para ellos, susceptibles de este calificativo. El término centro, que no es más que un patético intento de una derecha de por sí reaccionaria de desmarcarse de posturas aún más extremistas o de un vergonzante pasado dictatorial no tan lejano, es otro ejemplo de cómo el lenguaje puede ser moldeado en beneficio de la ideología, llevando a un público de por sí anestesiado a un silencioso consenso subliminal con un sorprendente margen de éxito.
El inefable gobierno yanki, al frente del país más agresivo en política exterior del mundo, tuvo que plantearse una redefinición de varios términos incómodos de cara a una opinión pública cada vez menos favorable a sus intervenciones armadas en países cuyo interés puramente geo-estratégico no se escapa a casi nadie. En realidad, la terminología bélica es pionera indiscutible en cuestiones de manipulación semántica y ya estaba bastante depurada en la dosificación, exageración u omisión de la información en la Segunda Guerra Mundial. La noticia o el parte de guerra siempre fue un arma más, para infundir ánimo al bando bueno (nosotros) o desanimar al malo (el enemigo). El bando bueno declaró, el malo alegó... Lo nuestro es un 'error de cálculo', lo del bando enemigo es una 'matanza horripilante'. Lo que siempre ha sido una invasión de un país díscolo con buenos recursos energéticos, ahora es una 'misión humanitaria'. La muerte de civiles inocentes o la destrucción, a menudo intencionada, de edificios públicos y privados son 'daños colaterales', quedando las víctimas reducidas a una sopa de cifras fuera del peso en la conciencia de sus ejecutores. 'Fuego amigo' designa los tiros que provienen del propio bando, generalmente por un error en la identificación y delimitación de las filas enemigas, aunque ha sido y es un término muy bien aprovechado para desacreditar los logros del bando iraquí, minimizando las bajas causadas por éstos para mayor gloria mediática de los invasores aliados (véase demócratas). Es poco probable que los familiares de José Couso, fallecido tras recibir los disparos de marines norteamericanos mientras daba cobertura informativa en la guerra de Irak en una operación del ejército norteamericano contra medios independientes que nada tuvo de fortuito, consideren apropiado semejante eufemismo.
'una palabra bien elegida puede economizar
no sólo cien palabras sino cien pensamientos'
(henri poincaré)
El gratuito bombardeo de Irak con la excusa del atentado del 11S en las Torres Gemelas en NY en 2001 se llamó 'Justicia Infinita', no sabemos si en sarcástica alusión a la que impartieran los señores de la guerra al destrozar toda una ciudad mientras perfilaban un eficiente perímetro de seguridad en torno al Ministerio del Petróleo iraquí que, por supuesto, debía quedar intacto. En cualquier caso el macabro nombre de la operación fue más tarde sustituido por aquel otro, igualmente hilarante, de 'Libertad Duradera'.
En 1898 España tenía un Ministerio de Guerra, denominación que chirriaría en la actualidad, pese a ajustarse mucho más a la realidad que llamarlo de Ministerio de Defensa, cuando el grueso de intervenciones militares ocurren fuera de nuestras fronteras y nada tienen que ver con protección nacional. Probablemente de aquí a no mucho se llamará Ministerio de Ayuda Humanitaria o alguna otra descafeinada expresión que rezume solidaridad y buenas intenciones.
'Guerra preventiva' es el redundante término que ideó el Pentágono para intentar justificar las invasiones cuya supuesta misión era acabar con armas de destrucción masiva en Irak y cuyas pruebas finalmente no solo no aparecieron sino que se acabaron demostrando falsas. El daño ya estaba hecho y el verdadero objetivo cumplido. Por lo demás, la gente no tarda en olvidar estos 'deslices sin importancia'. Así, una ocupación armada injustificada y con toda parafernalia militar es llamada 'operación de liberación nacional', el derrocamiento de un estado es un eventual 'cambio de gobierno'; una imposición de un estado pseudo-democrático cuyo único fin es instaurar la doctrina hegemónica de turno es lo que se viene llamando 'democratizar la zona'.
Ese planteamiento maniqueo objeto último de la ética y la moral que opone los conceptos bueno-malo se aplicó también exitosamente en torno a demócrata-terrorista, siendo éstos últimos todos los que no se plieguen a los mandatos de los primeros, dentro de casa o fuera: sindicalistas, disidentes, anarquistas o islamistas. 'Si no estás con nosotros estás con ellos', la muerte de los matices. La guerra fría y la defenestración de un modelo soviético molesto para la supremacía norteamericana, fue un perfecto banco de pruebas que no haría sino consolidar y perpetuar la estrategia de las palabras como armas subliminales de control social y herramientas de generación inconsciente de opinión.
Otra forma de manipulación semántica es la premeditadamente confusa terminología del lenguaje económico, plagado de términos bursátiles demasiado complejos como para ser comprendidos y asimilados por buena parte de una población que, en el mejor de los casos, no cuenta con las ganas ni la dosis de ocio suficiente para obtener una documentación básica al respecto. Primas de riesgo, agencias de calificación, índice Euribor, hipotecas sub-pryme, IBEX-35, bonos del estado, son palabros que marean y atontan al personal, distrayendo su atención del mundo real para transportarlo en volandas a una etérea, inexpugnable y kafkiana realidad virtual de dinero invisible y negocios descontrolados, fuera de su alcance y entendimiento. Igualmente ocurre con el abracadabrante lenguaje jurídico y administrativo. Incapaz de hacer ya un análisis de las verdaderas causas y consecuencias de sus infortunios, de poder vislumbrar el verdadero rostro enemigo, el ciudadano asiste impasible a la relajada reestructuración del sistema que le ha conducido a un callejón sin salida.
Se rescata a los bancos. El término rescatar implica salvar de un peligro en el que se está inmerso. Sin embargo lejos de merecer ser rescatados, los bancos, como símbolo del ideario capitalista y co-responsables con sus movimientos especulativos de la debacle económica, nunca fueron secuestrados. Rescatar al captor no parece que sea la opción más razonable... y ese flojo argumento de que rescatando a los bancos se ayuda a la población, pronto se confirmó una hábil trampa para la reconstrucción del tinglado especulativo sin repercusión o beneficio real sobre una población que, una vez producido el rescate con unos fondos que le son arrebatados en prestaciones elementales, sigue, para mayor escarnio, sin acceso a esa imaginaria escapatoria del crédito fácil.
'los límites de mi lenguaje
son los límites de mi mundo'
(ludwig wittgenstein)
Habitual es también el menosprecio que suscitan grupos molestos, colectivos autónomos y antagonistas, objeto de calificativos despectivos con el único fin de moldear a placer a la opinión pública, gracias a la ayuda de estereotipos en general escasamente elaborados, como ese que cuajó tan bien en los medios al calor de las movilizaciones del 15M de llamar 'perroflautas' a todo un heterogéneo conglomerado de miles de indignadas que han venido tomando las calles los últimos meses en todo el país. Esto es lo que el psicólogo social J. Alonso Varela denominaría 'ingeniería semántica del descrédito para aquellos que se enfrentan al poder, receta aplicada por los expertos del sesgo: escoger una palabra con connotaciones claramente negativas y asociarla con un concepto al que se quiera desacreditar'. Lo de introducir policías de paisano en manifestaciones para provocar desórdenes y disturbios, mostrando luego en pantallas y ondas de radio al grueso de manifestantes como 'peligrosos y violentos anti-sistema', no es una estrategia precisamente nueva, y también acaba teniendo eficacia de cara a la deslegitimación de cualquier movimiento social. Los antidisturbios se vieron en la obligación de actuar con contundencia, mientras que los manifestantes, peligrosos elementos de ultraizquierda, provocaron destrozos y protagonizaron actos de violencia gratuita. Falsear las imágenes y dar la vuelta a las palabras es una receta de éxito para el control social, y los medios jamás morderán la mano que les da de comer; es conveniente no agitar demasiado las tranquilas aguas del conformismo generalizado.
Por otro lado, funcionarios y sindicalistas también se han convertido en blanco de las iras populares, gracias a la farsa mediática que se ha encargado de hacer de ellos un hatajo de vagos y maleantes, objeto de todo un elenco de poco originales tópicos, repetidos hasta la saciedad. El descrédito de todo aquel que tenga un trabajo público o pertenezca a un comité de empresa justo en un período de recortes, congelaciones y ERES no sorprende procediendo de unos amos que tienen que esforzarse por parecer 'inocentes' de toda culpa pese a todo y caiga quien caiga; el problema es que esta visión rápidamente acaba siendo permeable a la moldeable opinión general, incluso entre buena parte de unos trabajadores que perdieron hace tiempo los últimos vestigios de una ya maltrecha conciencia de clase. Los colectivos de inmigrantes, maliciosamente divididos entre legales e ilegales, acaban siendo el último chivo expiatorio de una sociedad que prefiere no indagar en el verdadero origen de sus frustraciones y que prefiere canalizar su miedo a lo que le queda más a mano. La lengua puede ser una contundente y sigilosa arma de manipulación masiva al servicio de la perpetuación de las relaciones de dominación y sumisión entre los medios al servicio de la bolsa y los consumidores pasivos de sus tabloides y telediarios pseudoinformativos. El objetivo: Hacer que todo cambie para que todo siga igual, como rezaba Burt Lancaster en la adaptación cinematográfica de El Gatopardo de Lampedusa.
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